DISCÉPOLO, MANZI, CÁTULO Y JULIÁN CENTEYA

Domingo, 16 de Septiembre de 2012 14:23 Pablo
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 POEMAS A POETAS

Parte II

DISCÉPOLO, MANZI, CÁTULO Y JULIÁN CENTEYA 

Por Pablo Taboada

El coleccionista Héctor Lucci ha confirmado mi sospecha. Rudit Birón de 1926 fue el primer seudónimo que Enrique Dizeo usó para dedicarle al negro Cele, la ofrenda de sus versos en la revista “Canciones Populares”. La referencia viene del recuerdo del propio Dizeo, quien fuera amigo de Lucci por intermedio de Héctor Marcó. Pero Lucci me acota que merced a ese primer verso, nació la amistad entre  Celedonio Flores y Don Enrique, ya que antes de aquello, los dos grandes letristas no se conocían todavía[1].

Confirmado este dato que se había insinuado en la primera parte de este trabajo, retomaré el hilo del relato de las dedicatorias de obras entre poetas, partiendo de la inmejorable figura de Enrique Santos Discépolo.

Narró Aníbal Troilo para un disco de acetato radial, que Homero Manzi lo llamó por teléfono una madrugada para dictarle la letra de “Discepolín”; “Nuestro hijo más triste”, dijo Troilo acerca de su tango, al que pronto puso la música para los versos del poeta. A la postre, fue el último tango que escribieron juntos porque Homero estaba ya en 1950, bastante delicado por sus problemas de salud. Paradojalmente, Manzi murió poco antes que Discépolo. El tango fue grabado entre otros intérpretes por Osvaldo Fresedo con la voz de Héctor Pacheco para los discos Columbia; Francini-Pontier con el cantor Héctor Montes en RCA y el propio Troilo con Raúl Berón (la mejor de las versiones) para los discos TK.

“DISCEPOLÍN”

“Sobre el mármol helado, migas de medialuna

Y una mujer absurda que come en un rincón

Tu musa está sangrando y ella se desayuna

El alba no perdona, no tiene corazón

Al fin, ¿quién es culpable de la vida grotesca

Y del alma manchada con sangre de carmín?

Mejor es que salgamos antes de que amanezca

Antes que todo duela, viejo Discepolín 

Conozco de tu largo aburrimiento

Y comprendo lo que cuesta ser feliz

Y al son de cada tango te presiento

¡Con tu talento enorme y tu naríz!

Con tu lágrima amarga y escondida

Con tu careta pálida de clown

Y con esa sonrisa entristecida

Que florece en verso y en canción 

La gente se te arrima con su montón de penas

Y tu las acaricias casi con un temblor

Te duele como propia la cicatriz ajena

Aquel no tuvo suerte y esta no tuvo amor

La pista se ha poblado al ruido de la orquesta

Se abrazan bajo el foco muñecos de aserrín

¿No ves que están bailando, no ves que están de fiesta?

Vamos que todo duele, ¡Viejo Discepolín!” 

Troilo y Raúl Berón también grabaron para los discos TK, otro homenaje a Discépolo tras la muerte del poeta. (Existe también una gran interpretación de Roberto Goyeneche). Me refiero al tango “Mensaje” que le dedicara Cátulo Castillo. Todos conocen la historia esotérica que solía contar Cátulo sobre la creación de los versos.

“MENSAJE”

“Hoy, que no estoy,
como ves, otra vez
con un tango te puedo gritar...
Yo, que no tengo tu voz...
Yo, que no puedo ya hablar...

Mensaje
con que mi vieja ternura
de criatura
te está prestando coraje...

Yo, que a lo largo del viaje
sufrí tus ultrajes
en mi soledad...

Nunca quieras mal,
total
la vida ¡qué importa!
Si es tan finita y tan corta
que al fin,
el piolín se corta...

No te aflija el esquinazo
del dolor,
y si el amor te hace caso,
no le niegues tu pedazo
de candor,
que es lindo creerle al amor...

Bueno y nada más,
que siendo bueno,
no hay odio, ni injusticia, ni veneno
que haga mal...

Y hoy, que no estoy
me da pena no estar
a tu lado, cinchando con vos...

Vos, que me hiciste llorar...
vos, que eras todo rencor...

Mensaje...
Mensaje con que te digo
que soy tu amigo
y tiro del carro contigo...

Yo, tan chiquito y desnudo
lo mismo te ayudo
cerquita de Dios”

Esta letra maravillosa no fue la única dedicada a Discépolo. Como siempre, Julián Centeya hizo su propio homenaje para con el gran artista y filósofo porteño.

DISCEPOLÍN

“Cruzábamos tristemente

La calle llena de luna”

Emilio Carrere[2] 

“Hermano Discepolín

Cántaro que fue guijarro,

Luna toraba del centro,

Yo te miraba por dentro

Y estabas hecho de barro

Hermano Discepolín 

¿Qué sueño devolverá

Sujeta al viejo piolín

El alma cansada ya?

¿Qué otra voz tendrá la lluvia

Cuando la muñeca rubia

Le hable a la miga de pan?

Hermano Discepolín

¿Y qué fue del ratón gris y de todo?

Cuanta nada

La sempio en rue Clichy

Vos y yo de recalada

Con la esperanza jugada

Hermano Discepolín

¿Quién va a volver ahora

Y en nombre de que tristeza

La luna caminadora

De aquel cielo verde gris?

Nuestro vivir, que entereza

Nos hermanó la pobreza

Hermano Discepolín 

Hermano Discepolín

Cátaro que fue guijarro

Luna toraba del centro,

Yo te miraba por dentro

Y estabas hecho de barro

Hermano Discepolín" 

Centeya también le dedicó un poema precioso de su cuño a su gran amigo Homero Manzi.

“Te procuro en el barrio de la luna amistosa
con la cita en la esquina del antiguo almacén;
de espaldas a los números que nos devuelven rosas,
nuestro origen fue el mismo, aquél del terraplén.

Crepitar de guitarras en un manso desvelo
despunteando milongas y siempre el corralón;
cómo nos pesa, ahora, la ausencia de aquél cielo
que inventamos, Homero, ayer, en la canción.

Vinculados a nubes, chiquilines descalzos,
y en el barrio, ¿te acuerdas?, sólo pasa una vez…
Angulosas memorias me invaden y rebalso
de ternuras que acaban de brotarme recién.

Era Pompeya, sí, claro; era Pompeya,
la calle Centenera, la esquina Tabaré;
pero te digo, Homero, que era aquella
latitud de mi sangre, de tu alma, lo sé.

Por el duro empedrado de Famatina al este
de la novia quinceañera con cita de portón,
y el corralón que tuvo la chatita celeste
y la luna de siempre plateando el paredón.

El hueco allá por Cachi, de noche la laguna
y aquél coro de sapos redoblando un dolor.
Pensando en estas cosas de pronto siento una
tristeza que me anula, es cuando hablo de vos.

De cuando caminábamos la calle Monasterio,
hablábamos de tango que la ciudad un día llevaría
en su entraña. “Estar en el misterio”,
me acuerdo de qué modo profundo lo decías.

Y Boedo, ¿qué cosa?, fue nuestra la aventura
de hacernos al paisaje que devolviste en “Sur”.
¿Qué importa haber caído, luchado en esta dura
vía crucis de la vida sin un rayo de luz?

¿Qué fue de la muchacha aquella que me amaba?
¿y qué de los amigos, y de uno, qué fue?
Celina aquella rubia, Celina se llamaba;
su nombre era de cielo, me acuerdo que la amé.

Vivir es irse un poco de uno y de todos,
avanzar hacia el hielo y nunca más saber;
es cuando sin ser uno se habrá alcanzado el modo
de habitar una nube y ya nunca volver.

Homero Manzi ausencia, Homero Manzi, no;
otra vida es tu vida, yo bien sé, no te has ido.
Concurro con mi verso, te repito que yo
me cito con tu sombra en el barrio querido;
aquél del alto cielo que hemos compartido
y que de pronto un día, se nos hizo canción.”

Y otro, como éste que salió a la luz en el libro “La musa mistonga”:

HOMERO MANZI

“Que inútil ahora la luna en el repecho

De Garay y Danhel

Yo sostengo que tu muerte

-al fin último apoliyo-

Pobló tu cuore grillo

Con un sueño de papel”  

La muerte de Homero Manzi también dejó una huella en Troilo y en Cátulo Castillo. El tango “A Homero” es el símbolo magnífico de aquella amistad que se profesaban los tres. La versión de Troilo con Goyeneche es antológica. Los versos así se expresan:

“A HOMERO”

Fueron años de cercos y glicinas,
de la vida en orsay, del tiempo loco.
Tu frente triste de pensar la vida
tiraba madrugadas por los ojos...
Y estaba el terraplén con todo el cielo,
la esquina del zanjón, la casa azul.
Todo se fue trepando su misterio
por los repechos de tu barrio sur.

Vamos,
vení de nuevo a las doce...
Vamos
que está esperando Barquina.
Vamos...
¿No ves que Pepe
[3] esta noche,
no ves que el viejo esta noche
no va a faltar a la cita?...
Vamos...
Total al fin nada es cierto
y estás, hermano, despierto
juntito a Discepolín...

Ya punteaba la muerte su milonga,
tu voz calló el adiós que nos dolía;
de tanto andar sobrándole a las cosas
prendido en un final, falló la vida.
Yo sé que no vendrás pero, aunque cursi,
te esperará lo mismo el paredón,
y el tres y dos de la parada inútil
y el rincón fraternal de nuestro amor...
 

La muerte de Cátulo tampoco pasó inadvertida para las figuras del tango. Una de las más notables creadoras del género, la señora Eladia Blázquez, dedicó un hermoso tango intitulado “A Cátulo Castillo”.

“A CÁTULO CASTILLO”

“Tu muerte fue una tarde muy cálida de Octubre;

acaso presentiste que sucediera así:

en plena primavera y cuando el sol se viste

de luz y mariposas y el aire de jazmín.

A vos que te gustaba, profundamente serio,

desentrañar las cosas, llegaste a tu confín

y esa doliente tarde entraste en el misterio

para volver en tango, ¡mi viejo Catulín! 

Me duele el sol y hasta el alcohol,me pone triste.

Qué ausencia cruel de pan y miel cuando te fuiste...

Desde la luz de tu bondad eterna

nos sonreirás con la piedad más tierna...

Me duele andar y respirar sin ti... 

Recordaré tu nombre y tu mirada pura,

tu oleada de ternura, mi viejo Catulín.

Tu cara y el asombro donde asomaba el niño,

tu río de cariño en medio del trajín...

La esgrima de tu prosa, tu verso cadencioso,

nostálgico y celoso de esquinas y fondín,

recordaré al nombrarte tus fraternales manos

y la palabra ¡Hermano!, ¡mi viejo Catulín!” 

Este panorama no agota el tema de las dedicatorias y tangos de homenaje entre cultores. En la sección lunfardo dedicaremos espacio a más poemas de Julián Centeya en ese sentido y hasta inclusive de algunos tangos que le dedicaron al poeta porteñista. Esto es solamente un muestreo que confirma la confraternidad de un ambiente donde el talento no sabía ni de recelos, ni de envidias, ni de vanidades ni de falsas modestias. Un anarquista como Centeya, un comunista como Cátulo, un radical forjista como Manzi y un peronista como Discépolo, podían convivir, quererse y admirarse sin hipocresías y darse de lleno al culto del tango. Como decía García Jiménez: “Eran otros tiempos y eran otros hombres”. 


[1]Lucci recopiló el testimonio oral del propio Dizeo. Por gracia de Héctor Marcó muchos hombres emblemáticos del tango pasaron por la casa del coleccionista en jornadas tangueras memorables. Entre ellos Dizeo, quien en alguna oportunidad invitó a Lucci para presenciar desde un palco del Colón junto con Marcó y el Chula Clausi, la noche legendaria  en la que las orquestas de tango, tocaron en el primer escenario nacional.  

[2] Cita que hace el propio Centeya en su libro, “La musa mistonga”. Freeland, Buenos Aires, 1964.

[3] Clara alusión a José González Castillo “El viejo”, padre de Cátulo y no a José Razzano como muchos suponen erradamente.  La juventud de Homero y de Cátulo confraternizó con la vejez del poeta y dramaturgo anarquista.

Actualizado ( Domingo, 16 de Septiembre de 2012 14:57 )