JULIO SOSA

Domingo, 09 de Diciembre de 2012 19:03 Pablo
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JULIO SOSA

HISTORIA DEL VARÓN DEL TANGO

Por Pablo Darío Taboada

SOSA, JULIO

(JULIO MARÍA SOSA VENTURINI)

El varón del tango (como lo llamara el periodista Ricardo Gaspari)

Cantor, poeta, recitador, periodista. Emblema del tango.

Las Piedras, Canelones, Uruguay, 2 de febrero de 1926-Buenos Aires, 26 de noviembre de 1964.

1.   PRELIMINARES 

Julio Sosa ha sido sin dudas, -junto al Polaco Goyeneche-, la última figura cumbre de los cantores de tango. Un punto grande, surgido desde las entrañas de la gran época de los valores de nuestra música. Es cierto que la década del setenta nos regaló el milagro de Rubén Juárez y los ochenta la presencia inmejorable del amigo Alfredo Sáez (cantorazo como pocos), pero estas dos voces y temperamentos geniales, debieron soportar los años más duros del género, donde lamentablemente las malas músicas forenéas y locales (porque música buena o mala no reconoce fronteras), desplazaron a la música ciudadana. 

Sin embargo, Julio Sosa logró conocer una época donde todavía el tango pisaba fuerte. Y cuando éste empezó a sufrir los embates de la nueva ola y las porquerias del rock and roll y cosas parecidas, Sosa se plantó como pocos para dar pelea y logró triunfos memorables convocando cantidades de públicos inusitadas para el tango en los sesenta, ventas de discos fabulosas, inclusive para los mercados extranjeros, programas de televisión propios (el resto de los cantores cantaban en programas colectivos), con picos de audiencias y una prestancia clásica que atrapaba a propios y ajenos, dado que el cantor estaba preparando su desembarco en el cine –llegó a filmar un pequeño papel en una película musical con Beba Bidart bajo dirección de Hugo Del Carril-, para trabajar con Lolita Torres y dar el salto internacional que sus discos reclamaban en  México, Colombia, Estados Unidos, España, Francia y el Japón, países a los que planeaba visitar para difundir nuestro tango.  

Lamentablemente, su muerte acaecida el 26 de noviembre de 1964, impidió llevar adelante sus anhelos y los del tango todo. Al igual que Gardel, debe decirse que la muerte, -muy por el contrario de hacerlos famosos, porque ambos ya eran astros del tango-, puso límite a un ascenso vertiginoso que parecía no tener nunca techo. La pregunta válida a hacerse tanto para Gardel como para Julio, era ¿hasta dónde hubiesen llegado si la muerte no se hubiese cruzado tan tempranamente en sus vidas? 

Párrafo aparte merece la polémica por la condición cantoral de Sosa. Desgraciadamente, para algunas extravagancias injustificadas de muchos coleccionistas de todas las épocas, Julio Sosa fue denominado como un producto comercial y nada más. Hay quienes sostienen que como cantor vale poco y que la masividad de sus espectáculos, no se condecían con su calidad de intérprete. He escuchado de muchos coleccionistas (de respetables y de no tantos) este tipo de frases poco felices.  

Julio Sosa ha sido uno de los mejores vocalistas del género. Su voz arrogante y perfecta, dueña de un color envidiable, tenía una expresividad y un sentimiento tanguístico singular, que hacían que sus interpretaciones sean todas ellas de una destacada fuerza emotiva. No creo que haya habido muchos cantores que tuvieran la voz y el temperamento de Sosa. Pero entre los males que ha dejado la insabiduría popular de algunos lemas tangueros, pareciera que Julio Sosa era uno más y que su arte no era digno de apreciación. Se lo ha tratado de chabacano, de cursi, de cantor de segunda línea.  

Este ensayo recordatorio, partirá del extremo opuesto: Julio Sosa fue el último grande del tango. Un cantor capaz de interpretar y muy bien, tangos dramáticos como los de Discépolo, cómicos como “Enfundá la mandolina” o “Padrino pelao”; lunfardos como los de Celedonio Flores (Sosa se paraba delante de una cámara de TV y cantaba “Lloró como una mujer”, proeza que nadie se animaba hacer en los sesenta) o bien, romántico como “Nada” o evocativo como “Barrio pobre”;  o también adaptarse a las guitarras para hacer canciones criollas: “Por el camino adelante”, “Guitarra mía”, la tonada salteña “Mentiras” o el vals “La pena del payador”. En fin, Julio Sosa fue un cantor de extrema sensibilidad y flexibilidad repertoril. Y para lograr eso, hay que guardar en las entrañas mismas de donde fluye el canto, esa condición genial de artista inigualable.  

2.    JULIO SOSA EN EL URUGUAY. INFANCIA Y PRIMEROS PASOS EN EL TANGO.

Julio María Sosa Venturini nació el 2 de febrero de 1926, en la localidad de Las Piedras, en el Departamento de Canelones, República Oriental del Uruguay. Hijo de Luciano Sosa y Ana María Venturini, vivió en una familia de modestos recursos. Hizo el colegio primario en la escuela Artigas, donde llegó hasta el sexto grado que abandonó en 1940. Luego, hizo la escuela experimental, alcanzando el cuarto año en artesanías.

A los cinco años se juramentó ser cantor, al quedar impactado al ver en el cine de Las Piedras, la película “Las Luces de Buenos Aires”. Desde 1931, (año del estreno de la película), sintió devoción por Carlos Gardel.

De niño, además de estudiar trabajó para ayudar a su familia de lustrabotas, de repartidor de la farmacia del pueblo y de canillita. En esta condición, leía y se aprendía todas las letras de los tangos de “El alma que canta”, “Cancionera” y “El canta claro”.

Por convencimiento de un tío, se enroló en la Aviación Naval Uruguaya, y trabajó un tiempo de marinero en la Isla Libertad, cercana al puerto de Montevideo, pero al poco tiempo, renunció.

Deseando fervientemente ser cantor, hizo sus primeras armas en el Café de Parodi, en Progreso, pero como contaba con 14 años, la polícia lo detuvo y lo devolvió a su casa paterna.

Obstinado en su afán, logró el puesto de vocalista en la orquesta de Carlos Gilardoni, cantando en festivales y bailes en los barrios, desde 1945.

En Montevideo, logró el puesto para cantar en el Café Ateneo, en la orquesta del gran director Hugo Di Carlo (alrededor de 1946/47). Poco más tarde, hacia 1948, recaló en la orquesta de Luis Caruso “Carusito”, llegando a grabar cinco temas en los discos Sondor de la capital uruguaya:  el candombe “San Domingo”, los tangos “Mascarita”, “Sur” y “Una y mil noches” y “La úlima copa”, pero en la modalidad de hacer esta versión en tiempos de vals.

Julio Sosa era ya un profesional del canto en el Uruguay y decidió probar suerte como cantor en Buenos Aires. Sus amigos, entre los que se destacaba Cacho Maggiollo, le costearon el pasaje con una colecta. En Buenos Aires, tenía un contacto llamado Rogelio Casali, que lo alojaría en los primeros días.

3. LLEGADA A BUENOS AIRES Y DEBUT CON FRANCINI-PONTIER

Llegó a Buenos Aires en 1949 y consiguió un contrato de 20 pesos diarios, más la comida para cantar en el Café “Los Andes” de Chacarita, templo del tango en ese barrio, donde habían surgido varios vocalistas famosos. Julio cantaba con guitarras, bandoneón y piano, estables del café. 

Una noche, lo ecuchó el compositor Raúl Hormazza y le propuso una prueba en la típícia de Francini-Pontier. Julio Sosa aceptó gustoso y se presentó en el cabaret “Picadilly” de Corrientes entre Paraná y Montevideo, donde tocaba la orquesta. En la prueba cantó el tango “Tengo miedo”, de Aguilar y Celedonio Flores, dejando a los directores encantados. Esa misma noche, quedó contratado y debutó con Francini-Pontier. Le pagaban 1200 pesos mensuales (el doble de lo que ganaba cantando todos los dias en el Café “Los Andes”).

Empezaba de esta forma, la historia grande de Julio Sosa. En la próxima entrada, seguiremos recordando su carrera con Francini-Pontier, con Francisco Rotundo, con Pontier solamente y con Leopoldo Federico, ya en calidad de solista.

Actualizado ( Domingo, 09 de Diciembre de 2012 19:24 )