HÈCTOR LORENZO LUCCI
EL EJEMPLO DEL COLECCIONISMO
Reportaje de Pablo Taboada en exclusivo para nuestra página
El nombre de Héctor Lorenzo Lucci es sinónimo de varias palabras: coleccionismo, tango, lirica, cultura, fonografía e ingenio. Cualquiera que lo conoce a fondo, -y yo lo conozco desde hace muchísimo tiempo y lo podría considerar junto a Bruno Cespi y Juan Ayala, maestro en el coleccionismo-, sabe que Héctor es una especie de Thomas Edison argentino, inventor de aparatos mecánicos asombrosos y especialista consultado por ingenieros del país y del exterior.
Nació en Palermo en 1925. Su padre tenía dos fonolas y discos de la lirica italiana. Él se familiarizó de chico con los discos por las etiquetas, aún sin saber leer. Sus tías maternas le traían todos los domingos discos populares, tales como: “El desfile del amor”, y la “Marcha de los granaderos”. El padre también escuchaba mucho a Corsini, Gardel y Magaldi.
Héctor vivenció el accidente de Medellín, recordando que una tarde de 1935, -tenía 9 años-, mientras iba camino a la escuela, un compañero le dijo: ¿Sabés que murió Gardel?. “Los grandes lo sentían y lo comentaban en la calle”, nos dice Lucci.
Cuando tenía 15 años, en 1940, compró sus primeros discos en una carbonería de Canning y Charcas, propiedad de un viejecito al que le faltaba un ojo, ya que lo había perdido en la guerra del 14. Lucci todavía guarda esos discos de Enrico Caruso, prensados en Hannover. “Tener un disco en las manos, emociona”….así nos habla Don Héctor.
Simultáneamente, empezó a coleccionar placas de sus orquestas predilectas: Ricardo Tanturi y Angel D’ Agostino. Con los años tuvo dos valijas de D’Agostino repletas de objetos personales del músico, legadas por su sobrina Violeta. “Angel nació como músico clásico”, nos informa correctamente Lucci.
Los discos de la guardia vieja paseaban en los carritos de botelleros, e iban a la calle Montañeses, a una de las fábricas de la Odeón. “El primer disco de Villoldo me lo regaló un botellero”, nos cuenta el coleccionista.
La mayoría de sus discos, gramófonos, combinados, radios antiguas, fonógrafos, fonolas y victrolas, las adquirió en las cercanías de su barrio. Las familias de Palermo, encumbradas económicamente no dejaban de comprar discos de payadores, cantores populares y orquestas típicas, sobre todo Fresedo y De Caro, pero al mismo tiempo Maglio, Bouno-Striano, y mucha guardia vieja.
Héctor trabaja por su cuenta en la industria electromecánica desde su temprana juventud, y decir esto en los años de 1940, equivale a decir mecánica fonográfica. Fue así como comenzó a ofrecer su servicio de reparaciones y mantenimiento de máquinas parlantes y maquinitas de juegos por bares y confiterías. En esos recorridos, siguió vinculado al ambiente artístico. Cuando iba a trabajar a la "Richmond" de la calle Esmeralda, oyó tocar al pianista René Cospito y a la orquesta de Efraín Orozco. También conoció al actor Angel Magaña, al afinador de pianos Napoleón De Barbieri y en un bar de Carlos Pellegrini y Cangallo (hoy Perón), -en el cual reparaba su victrola-, frecuentó a los actores Enrique Muiño y Osvaldo Miranda. “Todos ellos eran muy sencillos y jugaban a las maquinitas que yo reparaba”.
A propósito de De Barbieri, Lucci nos recuerda que el afinador tenía un estudio de grabación particular donde Héctor efectuaba grabaciones a pedido. Hacia 1942, apasionado con la tecnología fonográfica, Héctor construyó su primera máquina para grabar acetatos y muchas veces utilizaba el estudio de De Barbieri. Los hermanos Hernando, propietarios de una casa de sonido en la calle Lima, le habían enseñado algunas cuestiones vinculadas a la fonografía, pero básicamente aprendió a grabar discos como autodidacto.
-Cuando empezó a grabar, ¿ya tenía conocimientos teóricos- técnicos, o eran intuiciones geniales?
“Tenìa habilidad… Me metí en el estudio donde grababan los discos Columbia que no se conocieron, -tendría quince años- en la calle Corrientes al lado del Teatro Nacional. Allí grabó Geroni Flores con Clausi que estuvo en la orquesta. Era un estudio particular, los discos no salían a la venta. Ahí vi la grabadora cortando acetatos y allí me dí cuenta de cómo funcionaba. Tenía 17 años, allá por 1942. Conservo algunos de esos discos que grabé”.
En tiempos de Farrel, instaló en la Rural, en la "Exposición de la Industria de 1943", un aparatito para grabar al estilo fonopostal. También grababa a pedido de los intérpretes de la radio y registraba discursos peronistas, saludos familiares, ritos en las iglesias, casamientos, etc… Lo hacía profesionalmente.
“Le grabé a muchos cantantes y músicos de tango, versiones de ensayos a estudio cerrado. Muchos discutían y se peleaban por las grabaciones. Eran músicos y cantores de segunda línea, que se interponían entre ellos, querían preponderancia. En fin, eran pruebas sin valor comercial. Grabábamos en el estudio de Napoleòn De Barbieri”.
Por aquellos años conoció a Enrique Ruiz Daudet, coleccionista de Gardel, que viviría hasta 1955 en la calle Solís, a la vuelta de Napoleón de Barbieri. Después Daudet, se mudó a la calle Los 33 Orientales. En la casa de Daudet, todos los artistas del tango se reunían a conversar, tomar mate y escuchar los discos de prueba de Gardel. En 1947, por intermedio de De Barbieri, conoció a Enrique Delfino.
El dueño del legendario Café “La Paloma”, Señor Pasos, lo contrató para reparar las veinte victrolas que tenía en distintos bares de la capital. Hacía el mantenimiento y reparación de las máquinas, muchas de ellas complejas. Luego se vinculó con directivos de Odeón, Columbia y Víctor, y prestó sus servicios en el asesoramiento para trabajos de micro-mecánica, hasta la finalización del microsurco (1986, fecha en que aparecen los primeros CD). “La EMI me regaló la cabeza grabadora y la Columbia la grabadora completa. En la mayoría de los casos, los directivos desde EE.UU, ordenaban tirar todo a la basura”, nos narra el entrevistado. “Yo era un fanático. Les hacía a las grabadoras trabajos de extrema precisión”.
-Actualmente, ¿hay gente que trabaje en el tema fonográfico?
“En Canadá un grupo está trabajando con corte directo porque hay coleccionistas que consideran que el disco supera al digital, y tienen razón. Es lo mismo que el paralelo entre el cine y la televisión”, dice Lucci.
-¿Está escribiendo un libro sobre fonografía?
-“Sí, voy grabando y luego lo hago tipear. Explico la historia fonográfica en el país. Se va a llamar: “El fonógrafo en la Argentina”. Quiero terminar de grabarlo este año, pero siempre aparecen cosas nuevas, y posiblemente editarlo el año que viene”.
-¿Cuándo tomó conciencia de la magnitud de su colección y de entender el valor de los discos?
No se da cuenta uno. Primero junta por mero gusto musical, y llega un momento en que descubre que tiene un disco de Belisario Roldán y empieza a preguntarse ¿quién fue Belisario Roldán? Y ahí empieza a aprender, con los versos a Mitre, a Sarmiento. Cobián le dedicó el tango “Pico de oro”, y hay otro tango llamado “A Belisario Roldán”, no recuerdo el autor ahora, que grabó Pedro Laurenz en 1953 con una orquesta de doce músicos. Juan de Dios Peza, el gran poeta mexicano, escritor, pensador y diputado de su país, aparece en los discos. Ahí se aprende, se interesa por los temas y se hace coleccionista.”
-¿Es cierto que con la fonografía se aprende toda la historia del siglo XX?
“Claro, con el gramófono y el fonógrafo se produjeron grandes cambios en las sociedades del siglo XX. Los discos ayudaban a educar, acercaban a los libros y a la escuela. Los payadores actuaban en pulperías o comités donde no entraban menores en esos recintos; en un circo debían pagar la entrada y podían escucharlo una sola vez. En cambio con el disco, si bien lo pagaban, lo podían escuchar cuantas veces quisieran y así aprendían. El disco sacó ventaja a la literatura. El analfabetismo fue neutralizado por el disco. Aprendían aún sin ir a la escuela y comprar los libros. El disco era razonablemente barato. Se intercambiaban ideas entre los escuchas, se preguntaba a los maestros, se recurría a diccionarios para interpretar las canciones; en fin, el disco era el primer paso al libro y a la cultura. Todo disco, brinda un ejemplo y es menos oneroso que comprar un libro y leerlo. En pocos minutos, el disco explica un hecho, un drama, una definiciòn…. Evaristo Barrios fue el gran relator gauchesco que enseñaba muchas cosas: el progreso de la ciudad a los hombres de campo, y también menesteres del campo mismo. En un relato, mencionaba todas las razas caballares”.
-¿Cuántos discos tiene, 100.000?
"No sé, cerca de 50 0 60. 000. Hice canjes y me desprendí de muchos discos, porque sino ya no me caben y eso que tengo bastante espacio. Tuve una casa chorizo repleta de discos en todas las habitaciones. El problema fue cuando vendí la casa. Algunos los traje a mi domicilio, otros los llevé al taller de trabajo y otros a lo de mi hermano. Después, esos discos que estaban en lo de mi hermano, los regalé a estudiantes de musicología y música clásica. La fonografía internacional es un tema que no tiene fin".
-¿Cuántas máquinas tiene?
“Llegué a tener más de 150, pero ahora tengo menos porque vendí muchas. De chico estaba en la electromecánica, y los fonógrafos eran mecánicos, tenían engranajes, e iba a la calle Lima a la casa de Victrola de dos hermanos españoles llamados Hernando. Allí fui aprendiendo el tema, aunque básicamente aprendí solo”.
“El sobrino de Edison, viajaba por encargo de su tío a la Argentina, país muy consumidor de música y fonógrafos. Se entrevistó con el primer patrón de los hermanos Hernando. Les enseñaba a arreglar fonógrafos a cilindros”.
-¿Cuándo empezó a trabajar como comentarista? ¿Cuándo conoció a los coleccionistas?
Nunca me había dado a conocer como coleccionista hasta que conocí a Mario Keegan, hombre muy culto que conducía un programa que estaba en la vieja radio Nacional que quedaba en la calle Ayacucho, alrededor de 1974, a razón de una grabación que iba a difundir de Celedonio Flores recitando. Antes, cedía discos al decano de los locutores Mario Bogliano, que las pasaba por su cuenta, pero yo todavía no comentaba ante el micrófono. Luego, Bogliano me conectó con Keegan, a quien llamé por teléfono. Keegan me invitó a la audición para hacer los comentarios sobre Esteban Flores, y un día antes lo anunció por radio. Un amigo me había dicho que Keegan anunciaba que se pasaría la versión de Celedonio, que era “Durazno a cuarenta el ciento”. Él, sin conocerme, creyó que yo tenía esa grabación y así fue que comencé a comentar discos por la radio.
“Los acetatos de Celedonio se los grababan los hermanos Andrei en 1934, y me los dio el hermano de Celedonio, Manuel Flores: “Chatita color celeste”, “Musa rea”, y “Corrientes y Esmeralda”. Todas ellas las pasé por la radio, pero en esa época los coleccionistas no lo grabaron. Después me invitaron de muchas emisoras y siempre difundí versiones muy raras para coleccionistas”.
“Luego trabajé once años junto a Néstor Pinsón en Radio Municipal y en Nacional, y difundí más de mil temas. También estuve con Lionel Godoy en Folklorísima en Radio Belgrano y ahora en Radio Nacional, los días miércoles sigo con Godoy y Mosquera Montaña y estoy con ellos desde hace ya tres años”. También escribí muchos artículos especializados para la Revista Club de Tango de Oscar Himschot”.
“Conocí primero a Lafuente y después a Bruno Cespi y nos hicimos grandes amigos. Yo era un escondido como coleccionista porque en el café “El Aguila” (centro de reunión de coleccionistas de tango), se hablaba y se discutía de cosas absurdas, para mi indiscutibles y no se podía perder tiempo con gente que no sabía ni de música ni de discos. Además tampoco podía estar a disposición de todo el mundo que pedía grabaciones. Si tengo que grabar todo lo que me piden, tengo que estar todo el día grabando para terceros”.
-¿Usted también reeditó varias cosas importantes como productor fonográfico?
En 1985, la CBS de Estados Unidos quiso reeditar las viejas placas de Gardel de la Columbia, y le envió a su par de Buenos Aires, algunas grabaciones en mal estado tomadas de algunas matrices poco cuidadas y de algunos discos de coleccionistas centroamericanos, pero no sonaba bien. Un técnico de la CBS Argentina, me hizo escuchar la prueba que le enviaron y le dije que no estaba demasiado bien. Que entre algunos amigos como Bruno Cespi, Angelito Olivieri y yo, íbamos a aportar los discos, ver cuales de todos los ejemplares estaban en mejor estado, y así seleccioné los mejores siete discos y grabamos catorce temas. Cuando lo mandé a los Estados Unidos, nos respondieron que todas las placas estaban aprobadas para editarse”.
“Después grabé otro disco con una orquesta que había armado Gabriel Clausi y que integraban además del Chula, Scorticatti y Ahumada en bandoneones, Muné en piano, Monteleone en contrabajo y como cantor Luisito Iglesias, que era la primera vez que grababa. Iglesias, era nada menos que Jorge Falcón, que luego cantó con Héctor Varela y en la televisión".
-¿También conoció a Alfredo Murúa?
Si, por intermedio de Bruno Cespi. Logré rescatar las películas que ahora están en el Instituto del Cine, y los discos de propaganda de Carlos Dante, Fernando Torres, Mercedes Simone, y Libertad Lamarque cantando la publicidad de productos “Sarita”. Aunque esto sí lo difundí por radio, no lo reedité. Sí reedité versiones de viejos discos Atlanta y Electra, marcas de la familia Améndola”.
-¿Usted llegó a conocer a Améndola?
"No, conocí a su hijo Atilio, quien me obsequió dos valijas muy grandes con toda documentación sobre las grabadoras de su padre, y todas las gestiones que Améndola hizo en la Dacapo de Alemania, cuando adquirió las máquinas para grabar. Se vino con un técnico alemán. Por suerte, tengo completas las discografías de sus sellos. Alfredo Améndola también era músico, compuso un tango “Noche de perros” que se tocó en el barco donde viajó Améndola cuando regresó de Alemania. También le tocaron una marcha de su autoría".
-¿Murúa trabajó para Améndola?
“Atilio me contó que en una oportunidad, cuando él era chico, recordaba que el padre de Murúa, fue a ofrecerle los servicios técnicos de su joven hijo, para instaurar el procedimiento de grabación eléctrico, antes de que Glucksmann lo instalara en la Odeón, pero no llegaron a un acuerdo. Murúa me había regalado un disco, que fue la primera toma eléctrica que se hizo en el país, y que era de 1925. Era un solo de piano de un pianista poco conocido. También había grabaciones de clarinetes y hasta de latas de kerosene haciendo bochinche”.
-¿Usted bailaba tangos o seguía a los artistas por radio o por los discos?
-"No bailaba, porque andaba trabajando en la grabación de radio, en la reparación de aparatos fonográficos y en los temas técnicos de las grabadoras, además del taller de engranajes. O bailaba, o grababa a las orquestas. Hacía servicios de máquinas parlantes y viajaba en moto desde el Tigre hasta Temperley. En todos lados había victrolas, e iba a los bares de la localidad de San Martín, al Liceo Militar, a muchísimos lugares. Y en esos cafés, vi a Antonio Tormo y a Alberto Castillo".
-Su casa es un templo del tango. Usted grabó y filmó a muchos astros como Héctor Marcó ¿Cuénteme de esas viejas reuniones, quienes venían a visitarlo?
“A Marcó lo filmé cantando un tango que me dedicó: “De plata y barro”.
-¿Cómo conoció a Marcó?
“Lo conocí en un banco. Me lo presentó el gerente. Luego empezó a venir a casa a escuchar discos, sobre todo de cantores. Un día vino con Sebastián Piana. Marcó empezó a traer a otras figuras del tango. Piana quedó asombrado ante los fonógrafos y los discos. También venía Atahualpa Yupanqui, a estudiar los discos de los guitarristas”.
-¿Cómo llegó Atahualpa a su casa?
"Primero yo fui a su casa, con el comentarista de radio folklórico Sebastián Domínguez que lo conocía, en la calle Soldado de la Independencia. Estaba la mujer francesa de Yupanqui. Me habían llevado a fotografiarle la colección de objetos que tenía. Obsequios de todo el mundo; de Italia, de Birmania; condecoraciones de todo tipo, que ni siquiera sabía que tenía. Entonces Domínguez le dijo a Yupanqui: el señor Lucci tiene muchas grabaciones de viejos guitarristas. Yupanqui pregunto de quienes y yo le nombré a Mario Cuenca, guitarrista español que grabó cilindros; Yupanqui se puso serio. Le nombre también a Julio Otermin y a Mario Pardo. Don Ata me dijo, usted me está nombrando guitarristas que yo sentí nombrar de chico pero que nunca escuché, a excepción de Pardo que fue mi amigo. Entonces le dije que cuando quisiera viniera a mi casa, y así fue que empezó a venir a escuchar viejas grabaciones. Me regaló dos libros de su autoría dedicados. Le llamaban la atención las grabaciones de guitarra en cilindro de 1908. También me contó que había sido amigo de Mario Pardo. Decía que en más de una ocasión iban a tocar en privado en residencias, para gente de muy buena posición económica, que les pagaban muy bien. Pardo no quería ser de la partida, pero finalmente accedía y llegaba a las fiestas a último momento. Tocaban juntos. Muy poca gente debe saber ese dato".
-¿También llegaban otras figuras a su casa?
“Sí, venía Ernesto Famá a quién también filmé. Venía el Chula Clausi, y con éste otros músicos. Una vez vino Manuel Pizarro, que cuando volvía a Buenos Aires se alojaba en Mansilla y Gallo, donde vivía la hermana. Me contó muchas cosas del tango en Europa. Llegó a tener cinco orquestas. También conocí a Salvador Pizarro, que me contó muchas cosas de Gardel. Ellos eran los que más historias sabían del tango en Europa. También venían Roberto Maida y Julio De Caro. Un día vino De Caro con Clausi, con dos tangos desconocidos de su inspiración: “A Horacio Salgán” y “Chile lindo”. Entonces, Clausi los grabó en casa ante la presencia de Don Julio. Los tangos le gustaron mucho al maestro De Caro, quien le dijo a Clausi que debía ser el continuador de su orquesta”.
-¿Algún poeta visitó su casa?
“Quien venía seguido a hablar de tango y a escuchar discos era Francisco García Jiménez, una persona muy noble. Hablaba siempre de Canaro. Lamentablemente no lo grabé ni lo filmé. Comía las empanadas de bacalao que yo les preparaba”.
-¿Cantores?
“Venía Rufino. Me grabó un tango de Marcó sin acompañamiento musical. A quien filmé fue al bandoneonista Alfredo De Franco tocando el tango “María” de Troilo; y a Scorticatti, en la Academia Nacional del Tango, tocando el tango “Alma”; y también filmé a Edmundo Rivero en “El Viejo Almacén”, cantando el vals de mi amigo Marcó, “A mi padre”.
-¿El jazz forma parte de su colección?
“Hay cosas buenas, tengo algunas pocas placas pero no es mi fuerte. Mi colección se basa principalmente en discos de tango, folklore y lírica”.
-Al margen de lo que se atesora, debe tener preferencias musicales, sacando a Gardel o a Troilo...
“Soy hincha de todos”.
-¿Pero está más cerca de la línea decareana o se siente más próximo a las filas de Canaro?
"De Caro tuvo grandes músicos y un estilo muy refinado. Sin ser el mejor, fue un genio".
-¿Además de De Caro, usted también conoció a Pedro Maffia?
“No. En realidad conocí bastante al sobrino de Maffia. Cuando Pedro debutó en Radio Excelsior fuimos a escucharlo. Sí fui muy amigo de Yola Yoli, que había grabado seis temas en Odeón, que lamentablemente se perdieron en un incendio. Quedó algún acetato. Una vez habíamos quedado que la iba a filmar. Pero viajó a Inglaterra varios años y nunca filmamos. También iba a filmar Gina María Hidalgo. Vino a casa, pero no la grabé. Poquito después murió lamentablemente”.
-¿Héctor Lucci sigue coleccionando, o se limita a escuchar el material que cosechó durante tantos años?
“Disfruto los discos todos los días, y si hay algo que me interesa, lo compró”.
-¿Consiguió algo muy raro de Pedro Maffia hace poco?
"Sí, una plaqueta de homenaje de la orquesta de Efraín Orozco (a quién grabé en lo de Napoleón De Barbieri) dedicada a Pedro Maffia, cuando actuaron ambos en Viña del Mar, Chile”.
-¿Sigue recibiendo consultas y visitas del extranjero?
“Hace poco me filmaron para la televisión colombiana unos coleccionistas fanáticos de Gardel. Me regalaron una foto rara de un metro y medio de altura”.
-¿Qué le aconsejaría a un coleccionista que recién se inicia?
“No despreciar nada. No hay que cerrarse, ni atimorarse cuando alguien le diga para que querés esa basura. Todo sirve: payadores, cómicos, monologuistas, escritores, recitadores, obviamente tangos. Todos son documentos. Una vez compré un disco zonofono verde de 1907, de un relato de un simulacro sobre un partido de fútbol en inglés. Muchas de las palabras inglesas como off-side y goal, se popularizaron prontamente entre nosotros. El que relataba tenía un parecido notorio con José María Muñoz, cosa curiosa”.
-¿Algo más para agregar?
“Sí, el coleccionista o el investigador no debe hablar sin fundamento. Siempre debe explicar el porqué de lo que afirma. Te doy un ejemplo: se dice generalmente que a Vicente Greco le llamaban “Garrote”, porque un día se cayó del palco de un café donde estaba tocando y usaba un bastón. Lo que no se sabe, es que antes de esa historia del palco, Greco había sido atropellado por un tranvía y desde esa época usaba el garrote. Eso está documentado en mi archivo, pero la gente ignora muchas cosas porque se queda con lo primero que se dice. El coleccionista debe corregir estas cosas y documentar la historia de cada disco o de cada intérprete.
-Por último, ¿las joyas de su colección pueden determinarse?
-“Todo disco es importante. Es parte de la historia y siempre encuentra un lugar donde ubicarse. Cuando escuchás que la gente habla de un tema, siempre te acordás de un disco y eso lo podemos apreciar gracias a los coleccionistas”.
Va terminando la entrevista, y siento que estoy ante la presencia de un inconmensurable personaje de lo más distinguido de la historia del tango, y de seguro que no me equivoco.