investigaciontango.com

 
  • Aumentar fuente
  • Fuente predeterminada
  • Disminuir fuente

TANGO, CINE Y LECTURA

E-mail Imprimir PDF

 


CINE Y LECTURA

¿PRIMERO EL LIBRO Y LUEGO LA PELÍCULA O VICEVERSA?

UN ENSAYO PSICOLÓGICO PARA TANGUEROS

Por Pablo Darío Taboada

Cuando un gran clásico de las letras es llevado al cine (póngase por ejemplo “Sangre y Arena” de Vicente Blasco Ibáñez o “El viejo y el mar” de Hemingway o todo el desfiladero de los personajes que anduvieron cabalgando por las llanuras pampeanas y otros caminos barrosos de nuestra repetitiva literatura gauchesca, por citar algunos casos emblemáticos para los tangueros) es factible que nos asalte la duda de calcular si conviene primero proceder a empaparse en la lectura del texto filmado para luego contemplar la película, o bien, por el contrario, ¿resulta más interesante ver primero la película para luego adentrarse en las páginas de los grandes escritores?

No acierto a recordar ni un solo caso de ningún género o especie que me permita afirmar que el público que ejerce sanamente la lectura y está acostumbrado, a su vez, a mirar filmes novelescos, históricos o literarios, se halle más a gusto con la película avistada que con el libro leído. Todas, absolutamente todas las personas con las que creo haber conversado sobre el tema en cuestión, sentenciaron unánimemente su preferencia por la palabra impresa.

Valga la aclaración de que este ensayo está dirigido solamente a quienes gusten de ver cine, pero también sean amigos o familiares de la cultura libresca, porque si el público es exclusivamente cineasta y no está interesado en acceder a los predios de las estanterías, se quedará con la imagen de Brad Pitt haciendo de Aquiles sin haberse informado sobre las fuentes homéricas que le preceden. Se me podrá objetar que, por lo general, los cinéfilos también son lectores – sobre todo de obras que tienen que ver con el cine o que se han llevado a la pantalla- pero no podrá soslayarse el hecho actual de que la facilidad que se tiene hoy día para acceder a mirar una película por cualquier plataforma existente, hace posible que tengamos mirones voyeristas que se extasían profanamente tan sólo con espiar el desarrollo audiovisual, absorbiendo imágenes y sonidos sin otra pretensión que aquella que no se limita a ir más allá de la veda que impone el entretenimiento.

Ojo al piojo. No soy de los que creen que el tema del entretenimiento sea una referencia menor en las lides del cine, la literatura o el arte en general. Considero que el primer elemento que debe reunir una obra para que despierte mi interés, consiste necesariamente en cumplir con su obligación de no aburrirme. La contracara de esta premisa delata la exigencia que requiere el pacto o compromiso artístico entre el público y los artistas, plasmado en una cláusula que diga más o menos así: actores, autores y directores alcanzarán mi grado de aprobación siempre y cuando actor, autor o director estén propensos a llamar mi atención desde el inicio hasta el final del libro o la película que decidan emprender. Dicho de otra manera, todos los que intervienen en la cadena de exposición de un texto que termina impresionado en un filme deben entretenerme cierto lapso de tiempo. Pero ese factor originario e indispensable no debe ser el único requisito que podríamos exigir. Me fui de tema, como mi carácter constriñe. Hay que retomar el camino sin más desvíos. Me dirijo entonces a los que ven cine y leen libros. Troya es una buena película porque además de entretener ha sido realizada sobre la base de la Ilíada.

Pero entonces, ¿Qué es preferible? ¿Arrancar primero con Pitt haciendo de Aquiles, ver a Peter O’Toole interpretar magistralmente el papel de Príamo o a Orlando Bloom revoleando flechas como si fuera París o bien, dedicarle todo un fin de semana a la lectura profunda de Homero?

Paso a analizar in nuce, aunque desde ya aconsejo que siempre es mejor primero ver la película y no al revés.

Desde ya que esto vale para el caso de los que hipotéticamente no hayan todavía leído el texto filmado. Por eso, si una persona leyó primero la Odisea, le sugiero que no se prive de ver las versiones cinematográficas que se hicieron o que se hagan sobre el retorno de Ulises a Ítaca, sino que, luego de mirar la película regresen otra vez a las callejas interlineadas que aparejan las silabas negras, como diría Jaime Dávalos.

Insisto: la inmensa mayoría dice que siempre el libro es mejor que la película. Sospecho que una explicación a ello podría ser la siguiente: quien leyó primero el libro siempre encontrará a éste muy superior a la versión cinematográfica. Esto tiene su asidero. El libro siempre es más completo que la película. Por lo menos, la novela. El teatro podría llegar a ser desigual.

La inmediatez de los costos de producción del cine hace que la durabilidad de la cinta tenga un recorte respecto de lo escrito. Cervantes pudo haber plasmado en tinta con libertad creadora cientos de páginas ilimitadas para Sancho y El Quijote, pero Hollywood es una usina de negocios. No tira la plata al pepe.

El lenguaje novelesco debe ser traducido a lenguaje cinematográfico. Y eso debe ser encorsetado en cierta cantidad de minutos ínfimos respecto a los bodoques que duermen en las bibliotecas añejas. Es por eso que habrá frases trastocadas, mientras habrá otras que desaparecerán de cuajo como si nunca hubiesen existido. Lo mismo acontecerá con otros personajes secundarios que se perderán por el camino de la invisibilidad que se produce, legítimamente, en la mudanza que va desde cada libro adaptado hasta la cámara de Rafael Gil o de Orson Welles que lo recepta. La aniquilación de episodios y la ausencia de ciertos esperados papeles secundarios hace de la novela un retazo.

Justamente las ideas de descarte, de tijeretazo y de exclusión de lo que uno simulaba haber leído en tal libro son las trampas en las que solemos caer emboscados y no por la penumbra de los cines que ya no quedan, sino porque roemos por la cornisa empedernida de nuestros encaprichados recuerdos y heridos en nuestro amor propio por la discriminación que solemos auto-percibir erróneamente a causa de nuestra supina ignorancia sobre los mecanismos financieros y comerciales presentes tras las bambalinas del séptimo arte, nos convertimos en verdugos y entonces, como aquellos que se empeñan en vengar una afrenta, descorchamos la añoranza por la endeblez de nuestras magras lecturas y brindamos por la predilección del texto escrito por sobre la obra filmada, creyendo que somos grandes lectores y mejores críticos.

En definitiva, hay en esta concepción un dejo de cierto engaño propio, esnobismo e impostura. ¿O acaso todos los tangueros se acuerdan a pie juntillas la saga coleccionable de la historia de la literatura francesa con la insaciable Safo (Sapho) de Alphonse Daudet, la enigmática Madame Bovary de Flaubert o la pérfida Manón Lescaut de Prévost un poco más antigua?

Para nosotros eso es sinónimo de Mecha Ortiz. Manón inclusive, que no filmó. Algún día, acaso, habrá que ver cuánto ropaje del vestuario francés fue pedido en préstamo por Manuel Romero para vestir el alma de la rubia Mireya. Aunque la adaptación criolla de Romero la favorezca, su pecaminosa presencia francesa intelectualizada por Carlos Hugo Christensen y por Carlos Schlieper, la condena.

En similar sintonía, no parece necesario tener que recurrir a una encuesta para demostrar que los tangófilos conocen a Armando Duval y a Margarita Gautier mucho más por el tango de Joaquín Mauricio Mora que por “La dama de las camelias” de Dumas hijo, de la misma manera que los amantes de la ópera la conocerán por “La Traviata” de Verdi. Intuyo que Francesco Piave –su libretista- estaba más imbuido que Julio Jorge Nelson para llegar a Margarita. Vaya a saber si el gardeliano locutor y presentador de orquestas no habrá conocido primero a los personajes de su tango gracias a las actuaciones de Greta Garbo y Robert Taylor en la mundialmente vista “Camille” de Cukor de 1937.

El que sí conoció a fondo a Margarita como a todas las cortesanas y damiselas parisinas del siglo XIX fue José González Castillo. La metafísica del tango permitió que el padre de Cátulo mantuviera encuentros trascendentalmente íntimos con la psicología de las grisetas. No en vano nos confesó con sutileza y disimulo, casi a la sordina, que a Montmartre desde Boedo hay un paso nada más.

Por lo visto, el tango, el cine y la literatura francesa tienen bastante en común.

Siguiendo con los factores que atentan contra la gracia del cine como refinador de los clásicos de la pluma, debemos advertir que la pericia de la adaptación es un punto clave para el éxito o el fracaso del emprendimiento. En este tipo de cintas si la muñeca del adaptador falla, el cine será siempre una desfiguración maleable de las buenas costumbres literarias. Cuando el cambio del final se torna brusco o insolente (tal vez la brusquedad sea la peor manera de insolencia) puede despertar cierto recelo en el crítico memorioso. Ese problema desaparece cuando el director, el adaptador y/o guionista son tan inteligentes o talentosos como el autor primigenio.

En el tango tenemos el caso de un cuento de Borges: “Hombre de la esquina rosada”, que retocado con la mágica erudición narrativa de Joaquín Gómez Bas, mejora una obra que de por sí, prosísticamente, parecía estar patentada con el sello de lo inmejorable. La filmación de Walter Vidarte lavando el cuchillo en el rio, a cargo del director René Múgica es prueba de ingenio y agudeza.

Con esto quiero sostener varias cosas, como puede entreverse: i. toda obra literaria puede ser perfeccionada por el cine; ii. los cuentos también pueden ser llevados a la pantalla si el realizador y el adaptador tienen oficio. Lo mismo cabe decir de poemas u obras teatrales, como luego me referiré; iv. Borges era un hombre de tango.

Digresión: tal vez no (¿seguro?) a la manera de un Celedonio Flores o un Pascual Contursi -a los que solía citar y defender- pero si fiel a su apasionante estilo contradictorio, perplejo, misterioso y paradojal. Craso error significaría pensar que todos los literatos del tango eran iguales. ¿O me van a decir que Blomberg, Vacarezza, los Martínez Cuitiño, el ya citado González Castillo, Saldías, Olivari y tantos otros eran exactamente iguales entre sí; o eran como Linyera, Centeya, Cátulo, Manzi, los Navarrine o Dizeo? ¿Y Eugenio Cárdenas y José Rial eran gemelos de los nombrados? ¿El grupo de la calle Corrientes con Romero, Cadícamo, García Jiménez, Carrera Sotelo dónde lo ubico? ¿Y los grandes periodistas de las redacciones de entonces? Es imposible negar el rótulo de tangueros a tipos como Guibourg, Barquina, los González Tuñón, Ulises, Manuel Sofovich, César Tiempo, Le Pera, Battistella y tantos otros, hayan escrito muchos, pocos o ningún tango. ¿Dónde encasillar a Héctor Marcó o a Francisco Gorrindo? ¿Dónde a Enrique Santos Discépolo? ¿Qué unía y que separaba a éste con Armando? Urge efectuar una profunda clasificación tentativa sobre los grandes poetas, dramaturgos, comediógrafos, saineteros, letristas y escritores del tango.

Otro caso rotundo que ennobleció a nuestro cine, a nuestro tango y a nuestra literatura fue la realización de “Amalio Reyes, un hombre”, la novela de Cátulo Castillo donde el perro era inmortal, acierto feliz que se comprueba solo con la lectura del libro publicado. En ese caso, el final cinematográfico tiene un giro inesperado respecto al planteo de su novelista, que, a la sazón, no molesta. En principio porque está adaptado por el flaco Norberto Aroldi que de cine sabía demasiado como de gente parecida a Amalio Reyes.

Me animaría a decir que el final propuesto por Aroldi y Enrique Carreras, el director, reluce mucho más la obra. Me refiero a un detalle no menor. En el libro de Castillo, Amalio no puede encontrar nunca a su rival para darle muerte. En cambio, el poder de la escena sí logra dar muerte al malvado (interpretado muy bien por Juan Carlos Lamas, el ex cantor de D’Arienzo) pero no a manos de Amalio, su pretendido vengador, sino de Jorge Salcedo, el amigo de Reyes que hace el trabajo sucio porque al decir de Aroldi, Amalio era un tipo demasiado limpio para cometer la bajeza de matar a ese esperpento representado por Lamas. De esa suerte, la película dejó impoluto a su protagonista, quien mantuvo tan blanco el legajo de su prontuario como el legado de su espíritu.

Que la posibilidad del cine mejoró la perspectiva de la novela, cobrando ésta mayor vida, lo reconoció el propio Cátulo Castillo. Dijo cierta vez que mientras escribía la misma nunca pudo imaginar a su invención literaria como un hombre de carne y hueso. A ese personaje ficcional (mejor dicho, un tanto ficcional o apenas ficcional) le faltaba cara y le faltaba voz. Tras ver la exhibición del trabajo de Carreras, el novelista se dio cuenta de que encontró a Amalio Reyes en Hugo Del Carril. Milagro del cine.

El propio autor encontró recién la fisonomía de su protagonista tras mirar la película. Por eso, siempre es conveniente ver la cinta de antemano. Antes de leer o de releer el libro, las voces y las caras nos van marcando el conocimiento que tenemos de los personajes y sus modos de querer y hacer. Una mirada, un ademán, la pronunciación de una frase digna de ser oída más que leída, el gesto que denuncia un temperamento, la elocuencia de ciertos pasajes o el timbre de una voz despiertan los rasgos que perfilan el relieve de cada actor o actriz o el paisaje o sonido que luego, sumergidos en la novela, podemos volver a reencontrar recobrados por nuestra sensibilidad y entendimiento.

Pero este reencuentro magnífico que me permite ver el rostro de Gérard Depardieu cada vez que me topo con el Portos de los mosqueteros, también me posibilita ver otras cosas de Portos, Athos o Aramis que no estaban en la película. Entonces, la novela se enriquece merced a la primera aproximación que de la obra me produjo el cine. Cada mosquetero es poseedor de nuevos detalles, se lanzan al afán de vivir nuevas aventuras, aparecen en otras escenografías parecidas, se muestran otros coloridos no idénticos a los trazados y se realizan de manera completa en todo su esplendor. Cierran una especie de círculo cuyas primeras curvas fueron delineadas en el cine.

Esto no equivale a predecir que la película es o será mejor que el libro. Sin dudas que la obra literaria se enriquecerá cuando el lector la lea o la relea con la impronta que le genere la contribución que le haya deparado la puesta en escena. Lo mismo ocurrirá en el teatro. Si uno ve la obra primero y lee el texto después, dicha lectura tendrá un grado de integralidad sensitiva que difícilmente se dé en abstracto. De hecho, ser lector de textos teatrales, pero no poder vislumbrar en escena la obra leída, deja un sabor amargo a quienes -como en mi caso- estamos acostumbrados a leer por razones investigativas sainetes, comedias y dramas que seguramente recién cobran vida cuando son llevadas al tablado. Un cuadro teatral meramente leído, pero no actuado, tiene menos fuerza que la lectura incipiente en voz alta que se hace en un primer ensayo de actores sin decorados, ni vestuario ni emotividad.

La lectura de Hamlet (como la obra shakespereana en su conjunto) puede resultar estimulante para la historia de las ideas estéticas, filosóficas y hasta políticas. Pero recién alcanzará el fulgor del arte teatral cuando pueda ser vista encima del escenario como obra artística. Como decía Anselmo Aieta sobre Gardel: “Las canciones nacen cuando Carlitos las canta. Ahí recién sabés si es linda la criatura”. De la misma manera, no produce lo mismo leer en crudo “Así es la vida” de Malfatti y De las Llanderas, que haberla visto en teatro. Afortunadamente, tenemos la tríada texto editado-teatro-cine para poder apreciarla en su justa medida. Sea en su versión blanco y negro o en su edición a colores, el texto ermitaño no permite alcanzar la conmoción que por emotividad e inteligencia produce ver y escuchar a Enrique Muiño o a Luis Sandrini.

Obras teatrales llevadas al cine que están ligadas al tango tenemos decenas por suerte. Desde “El conventillo de la paloma” de Vacarezza (tuve la suerte de ver la obra teatral primero, la película luego y finalmente leí el texto editado) hasta “Un guapo del 900” de Samuel Eichelbaum, pasando por “Blum” de Enrique Santos Discépolo, encarnado por Darío Vittori en una creación de sumo calibre, la cantidad y calidad de piezas para analizar es altamente fructífera. Y siempre la primera impresión inmediata y prematura del teatro o el cine generará una impresión que será de ayuda para embellecer la posterior lectura de la obra editada.

Hasta la poesía gauchesca ha sido adaptada para el cine. Sin dudas que las andanzas de Martin Fierro, Cruz y el Viejo Vizcacha poetizadas por José Hernández no tienen parangón en nuestra tradición cultural. Pero el intento de filmarse no ha sido descabellado como puede ser la película encarada por Leopoldo Torre Nilsson. Lo mismo puede afirmarse respecto de “Santos Vega” a quien se le granjearon poemas, leyendas, novelas, cuentos y narraciones de todo tipo que también fueron llevadas al circo, al teatro y al cine, tanto mudo como sonoro por personajes del tango o el folklore. Corsini participó de la filmación muda. José Larralde hizo de Vega en el cine sonoro y coloreado. “Cuando la tarde se inclina sollozando al Occidente”, así comenzaba el poema de Rafael Obligado que abre el surco en la versión de 1971, filmada por Borcosque hijo. Moreira no se quedó atrás en la filmación del cine tanguero criollo con versiones interpretadas por Alberto Gómez (perdida lamentablemente) y Fernando Ochoa.

No se trata de descifrar si es mejor la película o el libro. Sino de ver como un primer pantallazo por la película puede que el libro anteriormente publicado cobre nueva significación y a su vez, permita recrear a través de los avatares más completos que brinda la voluminosidad de una copiosa literatura, la posibilidad de imaginar una segunda película con la lectura o relectura del libro central.

Eso también puede ponerse en práctica con el cine extranjero. Recuerdo que el avistamiento de algunos filmes me produjo tan profunda impresión que quise inmediatamente seguir viendo la película a través de la lectura de los libros. Se me ocurren: “El conde de Montecristo” (al que nunca se termina de leer del todo), “Cumbres borrascosas” o “Laura”. Esta última obra de Vera Caspary salió publicada en la colección “El Séptimo Circulo” que dirigían para Argentina, Adolfo Bioy Casares y Borges. En el cine, Otto Preminger filmó una versión elogiosa en 1944. La presencia de Gene Tierney en la cinta es demoledora. Su belleza descomunal impresiona no menos que su ilimitado talento artístico. El cuadro leitmotiv de la escenografía es inolvidable. Los papeles de Dana Andrews, Cliffton Webb y Vicent Price son insuperables.

En esa colección para los lectores argentinos también se publicó otra gran novela de suspenso criminal. Me refiero a “La bestia debe morir” de Nicholas Blake. Un libro que comienza con una frase que decía algo como “Hoy he decidido matar a un hombre, pero todavía no sé a cuál” merece toda mi admiración. Atrapa al instante. Aquí, la introducción de ese producto importado, criticado al divino botón por los chauvinistas de siempre, permitió el desarrollo de una producción argentina dirigida por Román Viñoly Barreto en 1952. Cuenta con las actuaciones descollantes de Narciso Ibañez Menta, Guillermo Battaglia y Laura Hidalgo. Ver la película primero me permitió recrear luego el texto de la novela con la configuración de las adaptaciones locales, a pesar de que el director respetó los nombres originales de los personajes extranjeros.

Un experto en cine me podrá objetar que existen muchas películas que no están basadas en novelas, cuentos o narraciones clásicas de ningún tipo, sino que son escritas para la ocasión. Hasta podrán decir que las películas de Gardel contaron con esos fines (salvo "Flor de Durazno", que es la única novela llevada al cine con el protagonismo del zorzal) como otras tantas de variados géneros.

Tal vez la mayoría de los largometrajes (no quiero ahora hacer mención sobre los exitosos cortos o mediometrajes del cine mudo de Chaplin, Buster Keaton y Harold Lloyds, ni es mi deseo hablar de cine mudo aquí) que se hayan hecho en todo el mundo sean argumentos que servían para presentar a los divos de entonces o de ahora y mostrarlos en sus destrezas musicales, coreográficas, cómicas y cantorales: Crosby, Bob Hope, Dean Martin, Jerry Lewis, Carmen Miranda, Rita Hayworth, Eleanor Powell, Ginger y Fred; aclaro que amo ese tipo de cine y me desvivo necrológicamente por esas figuras del pasado que admiro con gran devoción. Pero claro, para la intelectualidad y el saber especializado no todo era “Un tranvía llamado deseo”, pieza teatral de Tennessee Williams llevada al cine por Elia Kazán en 1951 y co-protagonizada por dos estrellas de la talla de Marlon Brando (gran actor, gigante, pero al que le tengo un profundo rechazo extra-artístico) y Vivien Leigh, mujer a quien adoré desde chico cuando la ví en la película que ya saben. Tampoco todo era “Panorama desde el puente” de Arthur Miller (obra que tuve la dicha de ver en teatro en Buenos Aires) ni todas las actrices eran Ingrid Bergman.

Pero lo que no se debe perder de vista es el hecho de que a la postre, cada argumento que se usaba oportunamente para presentar a un elenco de figuras carismáticas contratadas por los grandes sellos norteamericanos de escala planetaria, se empezó a constituir -con los guiones respectivos- en una nueva sub-especie de la literatura cinematográfica.

Esto pasó con mucha fuerza cuando Graham Green presentó el bosquejo de lo que sería “El tercer hombre”. Esa muestra que en definitiva llevaría al guión de la película de Carol Reed, protagonizada por el implacable Welles, se edita hoy en las colecciones literarias, como si hubiese nacido con la intención de ser una obra libresca e independiente de la película. Los argumentos y los guiones de cine denotaron un nuevo tipo de literatura que el correr de las décadas y su relevancia en materia de cine han ido trocando en nuevos clásicos.

En la Argentina también tenemos casos parecidos. Homero Manzi y Petit de Murat se acoplaron para producir indudables obras de alto vuelo desde la trama y el diálogo cinematográfico, como otras sentidas realizaciones.

A guisa de ejemplo, la belleza que se desprende de los diálogos de la película “Cuatro corazones” de los hermanos Discépolo, revisten una fuente inagotable de ideas y preguntas de toda índole. Tal extremo merecería ser estudiado por los expertos en cine y en letras, dada la enorme desnudez con la que los autores utilizan las palabras como vehículo de presentación de los problemas de la condición humana en su más absoluta realidad, verdad y crueldad. Posiblemente no haya una película que cuente con diálogos (esencial y existencialmente hablando) más tangueros y más tristes que los arrojados en esa cinta. Sin ningún lugar a dudas, valdría la pena que aquellas palabras contaran con ese libro que no se escribió como tal, pero que se filmó.

Por eso, luego de reflexionar casi en voz alta, he llegado a la conclusión que me temía habría de llegar cuando empecé a escribir este ensayo. Intuí al inicio de este artículo que siempre resultará conveniente acceder a un clásico literario a través del prisma de la cinematografía, si existe tal vía de ingreso al campo literario. Sea la sorprendente “Rosaura a las diez” de Marco Denevi o sea la genial “En nombre de la rosa” del querido Umberto Eco, siempre es fructífero empezar viendo la cinta. Con este método, la película podrá gustar o no por sí misma y no en comparación a la novela o a la forma que le dio origen. Además, permitirá disfrutar luego de una novela completa, más robusta, pero con la pre-configuración positiva del aporte fílmico que ofrecerá a la mente del lector una segunda secuencia imaginaria que alentará una nueva narrativa fílmica.

El mundo de nuestra música se ha permeabilizado históricamente de las savias que procuraron el cine y la literatura. Ha compartido y ha formado con ellos partes de sus tramas y relaciones comunes. Es mucho lo que huelga por decir en esta inexplorada materia. Espero que este primer ensayo sea de utilidad para seguir desentrañando las múltiples conexiones entre la trilogía mencionada, pues al decir de Leopoldo Marechal, el tango sigue siendo una posibilidad infinita.

 



Actualizado ( Viernes, 17 de Enero de 2025 16:31 )  

Buscador

Contador de visitas

mod_vvisit_countermod_vvisit_countermod_vvisit_countermod_vvisit_countermod_vvisit_countermod_vvisit_countermod_vvisit_counter
mod_vvisit_counterHoy64
mod_vvisit_counterAyer224
mod_vvisit_counterEsta semana1604
mod_vvisit_counterEste mes1762
mod_vvisit_counterTodos797362