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JUAN AYALA

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JUAN AYALA

MI GRAN MAESTRO

Pablo Darío Taboada

 AYALA, JUAN

(Asunción del Paraguay, 12/07/1928- Valentín Alsina, Pcia. Bs.As., 28/08/2002)

Coleccionista, poeta, compositor, investigador y escritor del tango y la cultura criolla, historiador de Valentín Alsina, difusor radial, sonidista de orquestas, glosador y recitador. Tanguero por excelencia. 

 

1.      INTRODUCCIÒN

Juan Ayala es la contundente prueba que rebate los argumentos de todos aquellos negacionistas que sostienen lapidariamente que los “maestros” no existen. Mi experiencia afirma lo contrario. Juan Ayala ha sido mi gran maestro.  Y lo ha sido por el simple pero a su vez, profundo hecho, de haber sabido enseñar casi todo sin haber pedido a cambio absolutamente nada.

Quién conoció a Juan Ayala puede dar fe de lo que digo. Charlar con “Aya” o “Ayalita” -como solían decirle en el ambiente- era transitar plácidamente por la senda florida del tango. En un mano a mano con Ayala se aprendían muchas cosas al instante, que iban y venían por todo el deambular del universo tanguero, porque nada se guardaba para sí. Desde el aporte de nuevos datos concretos sobre el repertorio de Osvaldo Cordó o de Marambio Catán -por citar un par de ejemplos azarosos- hasta el repaso de la historia de músicos olvidados o la evocación de las poesías relevantes, todo pasaba en medio de una conversación con Juancito.

Asimismo, me transmitía sus inquietudes indagatorias. Me enseñaba que el mejor método para poder identificar a un músico en una agrupación, consistía en escuchar atentamente la grabación y no en ir corriendo a leer un libro o artículo sobre orquestas. Ese ejercicio servía sobremanera para aleccionar el oído y superaba totalmente a la doxa del mero opinar, para saber si detrás de alguna línea de bandoneones se encontraba escondido el fueye de Pedro Maffia o del Aníbal Troilo.

Recordar a Ayala implica retrotraerme a mis épocas quinceañeras, cuando me instruyó en la reflexión acerca de la grandeza poética de un Homero Manzi o de un Eugenio Cárdenas mientras me sorprendía cual periodista del tema, con información genealógica y filial obtenida de testigos presenciales sobre los aspectos biográficos de sus ídolos, que no por casualidad, eran idénticos a los míos.

También me cautivaba e instaba a investigar la historia verídica que asomaba tras la representación de las emociones de una letra concebida por Julián Centeya o por el cieguito Juan B. Vescio: nombres, calles, sucesos, recuerdos. Todo estaba en el tango.  

Su espectro era tan amplio como el del tango mismo, por eso me alentaba a emprender la tarea reconstructiva de un artista, como la de tratar de seguir las huellas de Saúl Salinas o del pianista Eusebio Giorno. Ayala me metía de lleno en la musa cultural como cuando me deleitaba recitando versos propios o ajenos y daba cátedra sobre poesía con Almafuerte, Carriego y Álvaro Yunque. O cuando marcaba el rumbo en el coleccionismo con sus sabias apreciaciones, haciendo notar que debía diferenciarse el valor coleccionístico de una pieza de la calidad musical de la obra; y me señalaba la importancia de Betinoti, Villoldo, Arolas o Greco en la génesis de nuestro cancionero nativo. Y fundaba a puro argumento estético, el por qué eran tan válidos y geniales los hermanos De Caro como los Canaro; y por qué lo eran también Lomuto, Firpo o D’Arienzo entre las orquestas; o Charlo, Alberto Castillo y Goyeneche entre los cantantes. Y también legaba su labor evocativa, amigable y acuarelada con sus nostálgicas bondadosas, como cuando recordaba cariñosamente a su gran amigo Héctor Ernié o como cuando contaba anécdotas y humoradas de sus fraternales pares Antonio D’Agostino y Bruno Cespi.

Alguna vez, Ayala me había comentado que nunca había conocido en su existencia a una persona más fervientemente tanguera que Don Héctor Ernié. Otros muchos colegas me dijeron lo mismo y hay sobrados elementos para sostener que ese juicio es cierto. Ya lo demostraré en el apartado pertinente, ya que estoy preparando una biografía tanguera del más afamado coleccionista. Pero, parafraseando al propio Ayala, hoy quiero expresar que yo no he conocido nunca nada más parecido al tango que el mismísimo Juan Ayala. Como sus citados amigos Don Bruno Cespi y Antonio D’Agostino. 

Don Juan era un mundo tanguista donde se entrelazaban todas las avenidas de nuestra música local con un plus ultra cultural. Era una especie de aleph borgiano pero con el léxico propio surgido de la cosmogonía tanguera. Con Ayala se podía hablar y sobre todo, se podía aprender con la misma facilidad, sobre todo un catálogo de materias conexas con el dos por cuatro: él profesaba y transmitía educación por igual recurriendo a cualquier extremo del conocimiento.

Era un lujo oírlo disertar acerca de Arturo Navas o de Osvaldo Pugliese; de Ignacio Corsini o de Francisco Martino; del Rata Iriarte o de Roberto Grela o de Mario Pardo; de Enrique Delfino y de Armando Pontier. De Paquita Bernardo o de Jaime Gosis. Pero también con la misma soltura que tenía para hablar de Troilo, lo hacía para recordar a las grabaciones de Bing Crosby con Paul Whiteman o a las de Tommy Dorsey con Sinatra, sin olvidar las de Eduardo Armani y Oscar Alemán; o las de Duke Ellington y René Cóspito; Atahualpa Yupanqui y Joaquin Dicenta; Alberto Vacarezza y Jorge Luis Borges; Carlo Buti y Giovani Martinelli, Jascha Heifetz o Elvino Vardaro. 

Yo le recordaba la frase: “Es la hora agonizante de un crespúsculo violeta” y la cara de Ayala se extasiaba ante semejante estrofa poética.  

En su espíritu inteligente convivían tanto el trío Irusta-Fugazot-Demare como el aquel lejano que constituyeron Morel-Lesende-Mora; y el de Palacios-Riverol-Cabral más cercano en la esquina del tiempo. Pero también resaltaba entre sus venas, la sangre musical y poética de Los Chalchaleros y del dúo Ruiz-Acuña con sus guitarristas Gómez y Davis. Destacaba entonces, las cualidades vocales de Dardo Félix Palorma y la habilidad de Eduardo Falú. Las pericias del Mono Villegas para el jazz y las del Cuchi Leguizamón para la zamba. Los fraseos de Ciriaco Ortiz en el fueye y el eco de la fama cordobesa de Don Edmundo Cartos para las serenatas. El inagotable talento poético de Martinez Payva, los Dávalos o Manuel J. Castilla y las sublimes melodías de los hermanos De Caro que tanto apreciaba. Remarcaba el poco valorado pero eximio tango instrumental de la orquesta de Ángel D’Agostino: “Hacía el mejor tango”, sentenció un día.

A mayor abundamiento, vale decir que en su mundo se codeaban Francisco Pracánico y Carlos Di Sarli. Manuel Romero y Edmundo Guibourg. Petit de Murat y Leopoldo Torre Ríos. Mario Soffici y Luis César Amadori. Cátulo y José González Castillo. Carlos De la Púa y Rubén Darío. Amado Nervo y Celedonio Flores. Leónidas Barletta y Gómez Carrillo. Berta Singerman y Valle Inclán. Alfonsina Storni y Maria Luisa Carnelli. Los hermanos González Tuñón, los Discépolo, Nicolás Olivari, Joaquín Gómez Bas y las hermanas Ocampo. Luis Sandrini, Malvina Pastorino, Tita Merello y Tito Alonso. Delia Garcés, Zully Moreno, Sabina Olmos y Malena de Toledo; María Félix y Agustín Lara. Edison y Berliner; Marconi y Bell; o Vito Dumas y Williams Morris. Arsenio Erico y Delfo Cabrera. Eva y José Bohr. Blomberg, Manuel Gálvez, Ricardo Rojas, Leopoldo Lugones y también Alfredo Palacios y Lisandro De la Torre, políticos a quienes admirada. Latían en su acervo, el diccionario del guitarrista de Domingo Pratt y la historia del teatro rioplatense de Tito Livio Foppa.  Estrellas todas que formaban parte de su brillante constelación de luminarias.  

Podría extender esta línea hasta el infinito. Con él, escuchaba y aprendía un día sobre Geroni Flores y su afamada capa del siglo XIX, otra tarde me sorprendía contándome sobre las traducciones policiales de Le Pera y alguna que otra noche, me maravillaba sobre los aciertos de Tita Ruffo en la impostación de la voz, o sobre la creación de la orquesta de Juan Carlos Barbará con la intención de la Odeón para competir con la característica de Feliciano Brunelli, que grababa en la Víctor.

No había tema que tuviera que ver en mayor o menor medida con el tango (o con la cultura musical y poética) que no lo apasionara y que no lo tomara con seriedad para indagar y conocer a fondo. Podría agregar, que Ayala entendía que el espíritu cultural comprendía desde el estudio de la teología y de la Biblia hasta las lecturas de los clásicos rusos, pues no sólo el tango era su pasión, sino el arte y la vida misma. Para él eran tan geniales Bach, Alejandro Dumas, Chesterton, Oscar Wilde, Tolstoi, Chejov, Chaplin, Orson Welles, Virgilio, Ovidio, Pérez Galdós, Mozart, Beethoven, el teatro de Shakespeare, los poemas de Lord Byron, las historias de Pitágoras, la belleza de Carol Lombard o de Rita Hayworht; la destreza de Fred Astaire y Ginger Rogers para la danza, como la de Tito Lusiardo, Sofía Bozán, Carmencita Calderón, El Cachafaz, los Bianco, el Vasco Aín o la dupla Aieta-García Jiménez. 

Ese sincretismo cultural y ese eclecticismo afanoso por reconocer y resaltar los méritos de aquellos virtuosos talentos de la música y del arte, eran dones que lo caracterizaban de cuerpo y alma. Todas sus lecciones me han marcado hacia una inclinada tendencia metodológica, capaz de enfocar y palpar, la comprensión de la vida a través del canal del espíritu. No es poco entonces lo que le debo al maestro Ayala. La pucha que no es poco.

Gracias a él, aprendí que cuanto más se conoce de literatura, más se admira a los poetas del tango; cuanto más se comprenda de música, más se admira a nuestros compositores e instrumentistas; y cuanto más se escucha a los cantantes más importantes del siglo XX, más se entiende y más reconforta, la incomparable belleza del canto de Carlos Gardel, el máximo ídolo de Juan Ayala.

 

2.    JUAN AYALA Y SU LLEGADA A LA ARGENTINA

Recuerdo constantemente que cuando con cierta malevolencia quería hacer enojar a “Aya”, le decía en son de broma: “Usted de tango no sabe nada. Usted no es argentino, usted es paraguayo”. A lo que el maestro respondía con iracundia: “Soy argentino y soy porteño de Villa Urquiza y porteño de Valentín Alsina”. Respuesta que encierra una doble e irretrucable contundencia.

Efectivamente, el azar quiso que Don Juan Ayala naciera en la hermana tierra del Paraguay, más precisamente en la ciudad capital de Asunción. De pequeño, sus padres emigraron para la Argentina y toda su infancia transcurrió en la vieja Buenos Aires de los años treinta. Vivió muchos años en el barrio de Villa Urquiza hasta que se mudó a Valentín Alsina, localidad lindante con la Capital Federal y que tiene mucho que ver con el tango.

El famoso Puente Alsina -destaco para los que no conocen Buenos Aires- divide la Capital Federal de la Provincia. El Riachuelo separa ambos distritos. Del lado de la Capital está el paradigmático barrio tanguero de Pompeya y del otro lado del puente, sobre la provincia de Buenos Aires, descansa la barriada de Valentín Alsina. Si bien todos los barrios de la Capital o las orillas ribereñas del Riachuelo tienen su historia emparentada con el tango (como la tiene Palermo, Villa Crespo, Mataderos, Rosario, Córdoba, Montevideo, Medellín, Tokio o París), parece que la liturgia del propio tango señaló sitiales con preferencia metafísica para la escenificación del género: Boedo, Chiclana, Pompeya, Patricios, Barracas, La Boca, Avellaneda y Valentín Alsina, parecen querer adueñarse desde la leyenda literaria, de hacerse notar como las localidades más tangueras del mundo[1]. 

 3.     JUAN AYALA Y EL TANGO EN VALENTÌN ALSINA

Lo cierto es que Valentín Alsina fue centro de atracción para el tango y para sus poetas. Ayala le dedicó gran parte de su poesía a esa zona del arrabal orillero y asimismo, historió los pasos del tango en su barriada. Durante años fue el mayor promotor de festivales artísticos vinculados al tango en Valentín Alsina con proyección de cine, exposiciones de coleccionistas, números vivos y homenajes a grandes figuras: Imperio Argentina, Nelly Omar, Miguel Bonano, Zulema Uccelli, Virginia Vera, Enzo Valentino, Roberto Garayalde y otros, celebrados en su mayoría en la sede de la Biblioteca Popular Sarmiento.

También fue el mayor difusor radial del tango en la zona sur, desde Radio FM Dinámica de Villa Castellino (vecindad del Partido de Avellaneda y lindante a Valentín Alsina) y Radio Spacio de Lanús. Sus audiciones eran magníficas y abarcaban todas las épocas del tango, desde la guardia vieja hasta la década de 1960. Hizo programas con el gran tanguero Mackura y posteriormente, dirigió un conjunto de coleccionistas, difusores y recitadores de gran nivel. Junto a Ayala se lucían Tito Basile, gran folkloròlogo, criollista y costumbrista; El Viejo López y sus recitados camperos; Rubén Díaz, el máximo poeta del tango de las últimas décadas -hoy reconocido en el medio tanguero, quien se inició a su lado-; los difusores Pocho Saavedra, Cacho R.L. y Alberto Montesano (quién fuera amigo y último presentador de Angelito Vargas) y los coleccionistas Ricardo “Taita” Wenker, Roberto Daniel González y quien suscribe estas líneas. Colaboraban en sus eventos de manera circunstancial, todos los grandes coleccionistas como sus grandes amigos Ana y Antonio D’Agostino, Eduardo Visconti, Héctor Blotta, Héctor Lorenzo Lucci, Bruno Cespi y Angelito Olivieri.

Colaboró también en la década del noventa, en la mentada audición de “Siempre el tango”, conducida por Néstor Pinsòn desde Radio Municipal primero y Radio Nacional después. Fue nombrado socio honorario en la primera integración de la agrupación “Coleccionistas porteños de tango” presidida por Ricardo García Blaya, institución promotora de nuestra colega página “Todotango.com”.

Todo esto, entre otras cosas, lo hacían el vecino más popular y querido de Valentín Alsina. Se lo ubicaba todos los sábados a la mañana en las mesas de La Cautiva, dando cátedra sobre nuestra música. Pero Juan Ayala y el tango tenían una relación entrañable desde hacía mucho tiempo antes. 

4.         AYALA Y SUS INICIOS EN EL TANGO Y EL ARTE CRIOLLO

Cuando Ayala era chico y se asentaba en su barriada de Villa Urquiza, visitaban su casa -por intermedio de unos parientes- nada más y nada menos que los legendarios muchachos del dúo “Martínez-Ledesma”.  Las ruedas con canto, guitarreadas, empanadas y  vino tinto fueron costumbre desde su juventud. La música criolla y el tango, naturalmente, calaron hondo en su personalidad. También desde temprana edad, le llamaron la atención los aparatos de radio y los discos de 78 rpm. Colofón: dedicó su vida al sonido, como profesional del oficio; y al coleccionismo, por su incondicional amor al tango.

Ayala se hizo técnico en audio y sonido y trabajaba para la reparación de aparatos de radio y música de la “Noblex”, función que desempeñó durante muchos años. También fue sonidista de varias sedes bailables, llegando en ese trajín a trabajar durante seis meses con la típica de Julio De Caro, en los años cuarenta. Su conocimiento con De Caro lo fue llevando al decareanismo, del cual se declaraba un perfecto admirador. Fue en aquella época de su juventud cuando tomó contacto por los bailes y por su labor de sonidista, con todas las típicas del género. Supo bailar buen tango y hasta se animó a tomar algunas lecciones de bandoneón, pero no avanzó mucho más allá con el instrumento que amaba y siguió con su oficio de sonidista.

Sus primeros pasos como coleccionista los dio sin darse cuenta, al adquirir los discos de las típicas con las cuales bailaba: Di Sarli, Fresedo, Troilo, D’Arienzo, D’Agostino, Tanturi, además de De Caro. Pero en aquella época, coleccionista era aquel que estilaba buscar placas anteriores a su generación. Como todo tanguero de época, admiraba a Gardel a quien conocía por las películas. Un encuentro casual, en 1945, con Raúl Lafuente en Villa Urquiza, lo motivó a empezar a adquirir la colección de discos, revistas y fotos de Carlos Gardel. En la década del cincuenta, Ayala, a diferencia de otros bailarines que compraban discos de las típicas en boga, tenía ya una nutrida colección de cierta valía con Gardel y Julio De Caro.

Entre labores de sonido y algunos versos que empezaba a escribir, se fue metiendo entre algunas emisoras radiales y a fines de los cincuenta se dio el gusto de recitar en unos programas de Radio Excelsior. Allí ganó fama como hombre de tango porque a su vez poseía una interesante colección de discos. También empezó a conocer mucha gente del medio y por ello era invitado a recitar poemas en eventos y homenajes dedicados a personajes del tango. Por lo que el propio Ayala me contó, participó en festivales en favor de los hermanos Navarrine, Francisco Brancatti, Enrique Dizeo, el Rata Iriarte, Lopecito, Mario Pardo, Mercedes Simone, Bouno-Striano, Fausto Frontera, Manuel Pizarro y muchos grandes todavía vivientes que Ayalita llegó a conocer.

 

5.    JUAN AYALA Y EL CÍRCULO DE COLECCIONISTAS

Pero fue en la década de 1960 cuando Juan Ayala pasó a ser una autoridad reconocida, ya no solo como aficionado al tango, sino como historiador respetado del género.

Sus dotes poéticas, recitativas y técnicas en el sonido grabado no se quedaban en sus moldes, sino que su gran amplitud cultural como hombre instruido, lo motivó a historiar y a coleccionar el pasado de nuestra cultura. Ayala no se limitó a conocer el inmediato clamor que irrumpió en su época, sino que encontró las sabias del tango en Villoldo, Alfredo Gobbi padre, Arolas, Vicente Greco, Canaro, Pacho, Bardi, Berto, los payadores y el disco acústico. Insisto en que su pasión por la guardia vieja no le hizo olvidar su amor por todo el tango, como ser Demare, Troilo, Di Sarli o Pugliese, sino que privilegió investigar sobre lo antiguo, aunque también dominaba lo novedoso por ser testigo de su tiempo. 

En 1967, el Dr. Raúl Castelli (presidente del Instituto de Estudios del Tango, de cuya revista Ayala era un consecuente colaborador) como también Raúl Lafuente (Presidente de la Peña “El Organito”) que lo conocían del ambiente, lo invitaron a sumarse a los trabajos que ambas instituciones realizaban en pos del tango en el legendario teatro “Florencio Sánchez” de La Boca, donde junto al investigador  Rubén Pesce, lograron  realizar constantes festivales de difusión y homenaje a los hermanos De Caro, Roberto Maida, Ernesto Famá, los Mandarino, Sebastián Piana, Charlo, Héctor Palacios, Carlos Dante, Héctor Marcó, Gabriel Clausi, Nelly Omar y otros colosos del tango.

De esos tiempos data su acercamiento a los bares cercanos a SADAIC, preferentemente el Café “El Águila”, donde afianzó su amistad con los demás coleccionistas, sobre todo con Héctor Lucci, Antonio D’Agostino, Nicolita Stranjeff, Bruno Cespi y Héctor Ernié. En el Águila conoció a toda la gente del ambiente del tango.  

Durante los años setenta y ochenta, colaboró en muchas audiciones de radio en programas de tango, en emisoras tales como Excelsior, Splendid y El Mundo, al lado de Juan Ángel Russo, Blotta, Jorge Barba y Héctor Ernié. También colaboró como cronista en diversos diarios y revistas tangueras, en notas de verdadera excelencia. Ayala escribió entre otras cosas sobre: Nelly Omar, la historia del tango “El batidor”, Jorge Durán, Eduardo Arolas, Juan Andrés Caruso, Homero Manzi, la historia del tango “Nobleza de arrabal”, Genaro Veiga, etc.

 

6.         AYALA COMO POETA

Tengo entre mis papeles varios poemas de Ayala. Entre ellos sobresalía uno que se intitula: “Pa’ los dictadores”, donde sin ningún tipo de pruritos le pegaba al mentón con golpe de knock-out, tanto a Hitler como a Stalin; a Franco y a Fidel Castro. (Me reservo los insultos que le endilgaba a algunos políticos argentinos).

Dedicó poemas a Valentín Alsina, al tango, a Gardel, a Troilo, a Imperio Argentina, a Nelly Omar y a otros artistas, los cuales siempre recitaba en los eventos donde participaba.   

Alfredo Sáez, el gran cantor de las últimas generaciones, le grabó comercialmente una obra intitulada: “Milonga a Virginia Vera”. Luis Vera, -hijo de la estilista criolla- fue su amigo, lo mismo que el hermano del cantor y violinista Hugo Gutiérrez; y el músico Dionisio Delgado, sobre quién también escribió un artículo.  También cantaron algunas de sus composiciones, el cantor Héctor Blotta en la década del ochenta y la cancionista Mabel Alsina en los años noventa.

 

7.    MI INCURSIÓN EN EL COLECCIONISMO. MI DEUDA IMPAGABLE.

Ayala me formó en el tango. Me hizo notar que la frontera entre la cultura popular y la cultura del espíritu selecto no es tan clara. Es más, no existe. Él me llevó deliberadamente al medio y me hizo coleccionista. Tenía yo ya la tendencia a coleccionar desde niño: soldaditos, figuritas, marquillas de cigarrillos y cajitas de fósforos. Él vio con ojo avizor que el tango sería para mí un destino bellamente fatal e inexorable. Y me hizo coleccionista. Lo que soy.

El tango y Gardel se te meten adentro. Se te mete, se te mete y se queda para siempre. Un día te das cuenta de que hablás como Gardel, te peinás como Gardel, caminás como Gardel, querés ser Gardel, pero no podés cantar como él”. Palabras que todavía resuenan en mis oídos que recuerdan su aguardentosa voz, como cuando llamaba por teléfono y me remataba con un letal: ¿Qué hacés, animalito?

Ayala me regalaba discos, papeles, fotos, revistas, libros. Quería que yo me empapara en el tema. Me llevaba a su audición de radio y también me llevó al mundillo de los coleccionistas. Un viernes a la tarde, me presentó a la barra del Café Olimpia, continuador del extinto Águila, en Lavalle entre Paraná y Montevideo. En esas mesas conocí a todos los coleccionistas, menos a Ernié, quién había muerto desafortunadamente tres o cuatro años antes; y a Lafuente, a quién lo había conocido primeramente, al margen del resto de la barra.

Recuerdo que en esas mesas, Nicolita Stranjef me sorprendió una noche hablándome de Benedetto Croce y de Hipólito Tayne. Jorge Barba me hablaba de cine polaco, checo y sueco. Le gustaba hablar de Marx. Ayala hablaba de Ortega y Gasset y de Lope de Vega. Bruno hablaba (con razón) pestes de Piazzolla. Lucci de la historia de los himnos grabados. Lamas de la influencia de la literatura nórdica en algunos cuentos de Borges. Lefcovich atacaba a los rockeros. Larco me hablaba de José Larralde.

Entre tantos personajes, desfilaba con alguna copa el cantor de Pichuco, Ángel Cárdenas, íntimo de Barba y de Blotta, quién ostentaba orgulloso su reloj publicitario con la carita y la leyenda que decía: “Menem 1995”. El letrista Isusi pasaba por el café, lo mismo que Nito Farace, el violinista de Troilo que me contó muchas cosas de Aníbal; el pianista Mario Valdéz (co-fundador de ésta página, lamentablemente fallecido), el cantor de Mores, Pedro Ortiz; el violinista Suárez Paz, la hija de Donato, el hijo del Negro Maciel, una de las hijas de Lucio Demare y otros derecho-habientes que daban vueltas por los cafetines cercanos a SADAIC. Enzo Valentino pasaba a veces porque solíamos contratarlo para cantar en los festivales de los coleccionistas. Alguna vez recibimos a Hilario Pérez, el guitarrista uruguayo de Zitarrosa, como también cobijamos a los coleccionistas extranjeros: el francés Pecourt, el japonés Baba, el alemán Egon Ludwig y otros. Todo ese mundo ya se perdió. El último suspiro de aquellos tangueros días los pude conocer de cerca gracias a mi mentor, Juancito Ayala.    

Su hijo Juan, periodista de profesión, me entrevistó para un magazine porteño. Su padre me hizo filmar por todos los canales culturales que difundían el tango en los noventa, cuando el género estaba casi caduco, sin presencia en los medios. Me llevó a la cima de la última época radial de nuestra música (1995/1999) cuando me introdujo en la audición de Pinsón, “Siempre el tango” por LS1 y luego LR1. Quiso e hizo que la gente del tango me conociera. Nada hubiese sido y nada hubiese hecho sin él. Mis grandes amigos del tango (Cernuda, Stockdale y Roberto Daniel González) se los debo a él, que también me presentó a los amigos que ya no están y que me fueron presentados como todo el elenco estable: Bruno Cespi, Lucci, Antonito D’Agostino, Carlitos Zinelli, Angelito Olivieri, Néstor Larco, Carlos Piro, Mario Nachón, Jorgito Barba –musicalizador de Radio El Mundo-, el cantor Héctor Blotta, el “Taita” Wenker y muchos más, como los vigentes Eduardo Visconti y Héctor Huet. 

Casado con Sarita, su inseparable compañera de vida, padre de tres hijos extraordinarios y abuelo ejemplar, Ayala se nos fue un día de Valentín Alsina, pero para pasar a una morada que él sabía posible. Dejó preparado un emotivo poema de despedida para no entristecernos, consciente de que algún día partiría de repente para otros insondables rumbos, pero con la certeza de que el camino recorrido en el mundo vivido, hubo de dejarle un saldo favorable y previendo además todavía, un futuro muchos más promisorio en los pagos milagrosos de la inmortalidad.

Hace mucho tiempo maestro Ayala, que le debía y me debía estas líneas. Es una pequeña manera de tratar de saldar una deuda enorme,  mejor dicho, francamente impagable. Porque a usted le debo nada menos que mi amor por el tango. ¿Es posible pagar una deuda como esa? ¿Cómo se paga?. Creo que ni siquiera puedo medir el tamaño del regalo que me hizo. La deuda será perpetua como la gratitud que le profeso. Nuestra amiga, la eternidad que todo lo puede, nos hará encontrar otra vez en algún rincón indecible para volver a vernos y juntarnos felizmente en el panteón de nuestros ídolos, con el exclusivo propósito de escuchar como tantas veces lo hemos hecho, los discos de Gardel y de Troilo; y para seguir hablando un rato más de tango. Pero esta vez, largo y tendido.


[1] No corresponde aquí esbozar una metafísica sobre la geografía de Buenos Aires, temas que trataron con éxito escritores de la talla de Scalabrini Ortiz, Borges, Tulio Carella y Florencio Escardó. Simplemente marco que, desde el tópico de la leyenda y los estereotipos del tango generados por la misma prosapia tanguera, los barrios del sur de la Capital y sus lindantes en la provincia han dado bastante inspiración para la literatura y la sociología del arrabal. Es cierto que cualquier tanguero de Almagro, Chacarita o Paternal podría reclamar el mismo derecho a la consagración paradigmática y decir con ciertos elementos de juicio, que la preferencia tanguera de los barrios del sur obedece a estipulaciones arbitrarias y caprichosas de ciertas plumas del género. A pesar de la salvedad apuntada, el encasillamiento en determinados lugares y su asociación con el tango se ha hecho irreversible. Tal vez sirva como ejemplo uno de carácter internacional. En Bogotá, como en otras ciudades colombianas, existen tangueros al igual que en Medellín, pero al tango en Colombia se lo asocia de manera inmediata con esta ciudad. En Europa se habla del tango en París, cuando en realidad lo ha habido también con masiva profusión en Madrid, Barcelona, toda la Italia, Berlín o Londres. Pero para la imagen escenográfica del tango, ha quedado por muchos motivos, la asociación con París y su simbología  nocturnal y cabaretera.  

Actualizado ( Viernes, 05 de Agosto de 2022 17:01 )  

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