Por estos días rendimos un homenaje en espacios radiales a una figura estelar de la poesía, el tango, el lunfardo y el periodismo. Entre muchas de sus actividades tenía una debilidad por el fútbol, pasión que compartía con su sensibilidad como hombre de letras. Hace poco citábamos al poeta tanguero Horacio Salas, recientemente fallecido, quien nos aclaraba que no existía incompatibilidad en ir a la Bombonera a ver a Boca, el club de sus amores, con un libro de poemas de Borges bajo el brazo. Con ello denotaba la concurrencia entre ser bardo y aficionado al fútbol, sobre todo cuando se está cerca de la expresión popular que representan esas dos pasiones.
Nuestro invitado es un destacado poeta, letrista, periodista, glosista. Tiene como nombre de pila Amleto Enrico Vergiati. Utilizó en su vida literaria y profesional varios seudónimos: Julián Centeya, Enrique Alvarado, Juan Sin Luna, Shakespeare García, siendo el primero el que le brindó el reconocimiento mayor. Nació en Borgataro (Parma) Italia, el 15 de octubre 1910 y murió en Buenos Aires, Argentina, el 26 de julio 1974.
Aunque nació en Italia, se convirtió en un personaje clave en las letras argentinas. El sentimiento y su amor por Buenos Aires fueron una constante en su vida que estuvo signada por su desapego a los bienes materiales, su bohemia y, sobretodo su gran amistad con los personajes más relevantes del tango y de la cultura popular nacional.
Son muchos los documentos, páginas, libros y videos que podemos recomendar sobre Julián Centeya. Entre ellos destacamos el documental que se estrenó el 26 abril 2019, titulado “Julián Centeya: el hombre que inventó Buenos Aires”, del realizador quemero Gerardo Núñez. Su proyección fue organizada por la Subcomisión de Cultura del CA Huracán. Invitamos a los lectores a un acercamiento a la vida de Centeya mediante el citado documental que puede verse por internet.
Como letrista de tangos Julián Centeya dejó registradas 93 obras en SADAIC, pero solo pocas se alcanzaron a grabar. Entre ellas destacamos: Lluvia de abril, La vi llegar (ganador del concurso de Radio Belgrano en 1944), Claudinette, Tu lluvia y mi canción, A mí me la contaron, Era de un barrio malevo, Las cosas del adiós, Estás en mi ciudad, Canción a tu presencia, Más allá de mi rencor, Lisón, Me llamo Julián Centeya, La sombra de tu sombra y Felicita.
Centeya trabajó en radio, medios escritos de diversa índole y en su etapa final en la televisión en “Grandes valores del tango”. Tuvo muchas participaciones en radio destacándose en Radio Colonia, con su programa “En una esquina cualquiera” y en Radio Argentina con “Desde una esquina sin tiempo».
Escribió notas para los diarios Crítica, Noticias Gráficas y El Mundo y los semanarios sábado y Prohibido. Como periodista llegó a trabajar en cinco publicaciones a la vez. Escribió sobre cine, deportes, costumbrismo, tango, lunfardo, información general.
Fue glosista, animador, conductor, libretista radial y, en sus últimos años, comentarista televisivo. «Tarde –como él mismo decía-, ahora que estoy flaco y fulero».
Julián Centeya y el fútbol
Cuando los Vergiati se trasladan a Buenos Aires en 1923, viven en varios conventillos como tantos inmigrantes y se ubican en el barrio de Parque Patricios. Inmediatamente existe una adhesión permanente con el CA Huracán, que lo consideró como una de sus hinchas más importantes en su historia. En su sede se lanzó una de las obras más importantes, El Vaciadero; novela de la lunfarda porteña, Editor D. Cortizo, 1971. La novela se refiere al drama de los quemeros, hombres y mujeres marginados del barrio Parque Patricios. Allí se incineraba la basura y lo olvidados buscaban objetos de valor abandonados.
Dice la página de El Globo: “En 1971 retrató la antropología marginal de La Quema en su única novela, «El vaciadero». Profundo compromiso y saber tenía al respecto. Siempre lo sostenía: «Para escribir hay que vivirla; si no nos acunamos en el camelo literario»”
Como ya lo sugerimos Centeya se adhirió a la causa futbolera desde niño. Su vida en el barrio no fue diferente a la de muchos hombres del tango entre los cuales se encontraba Homero Manzi, quien también abrazó la causa roja y blanca del Globito. Dice José María Otero en Tangos al Bardo: “Se hizo hincha de Huracán. Lo vio salir campeón en 1928 y aprendió a bailar el tango en un formativo de la calle Famatina. Con el tiempo viviría en Boedo, Pompeya, Soldati…”
También lo expresa nuestro amigo el reconocido escritor Matías Mauricio en una entrevista sobre su libro Biografía de Julián Centeya, escrito con Roberto Selles:
“Alguna vez contó que, en la escuela secundaria, durante un picado: «se paró un gordito a mirarme jugar. Yo jugaba bien y así lo conocí: era Homero Manzi». Homero y Julián eran quemeros, en la biografía sumamos el poema inédito: «Huracán». Su libro La musa mistonga incluye los poemas futboleros «Polirritmo dinámico en homenaje a Burgueño» y «El hincha». Se dice que a inicios de los ’70 trabajaba el texto «La Musa del tablón», con el idioma de la tribuna.”
El citado poema El Hincha es una alegoría lunfardesca a la fidelidad y al aguante, para cualquier divisa que se siga abrazando la esperanza del triunfo. Bueno sería acompañarse para su lectura de un buen diccionario del lunfardo. He aquí su texto:
El hincha
Julián Centeya
“Vengo a solfearte al modo muy sencillo,
del patio, de la esquina y la barriada.
Ya podés ir prendiendo el cigarrillo
de la intención que bate la parada.
Concediéndome hermano la ventaja
de saber que te juno propiamente.
Sota rebrilladora, sos baraja
que en el recope taura vas al frente.
Firme en la cita del tablón cachuzo
aguantando el solazo que descola,
en todas te anotás según te puso
el rumbo de tu cuore rante y piola.
Tripero, millonario o fortinero,
boquense, ciclonero o racinguista,
el gol que le pedís al entrevero
te juro que es malandra, que es punguista.
Ya que te afana el cuore en la trenzada
de centro, la amasada o la gambeta.
Otros dirán ¡pavada!…
¡qué pavada!si el gol tiene la trompa e tu pebeta.
Vos está en la suerte remachado,
caigan truenos o el mundo se desplome,
sobre el duro tablón, firme, parado,
esperando la buena que te entone.
Junto al color de tu cariño guapo,
dispuesto a no pasar ni con la mula.
Porque es ley que si aguanta el viejo trapono pasa el hincha que la grita y suda.
Arisco, Aguantador o farolero,
bohemio, huracanense o centralista,dirás:
¡Presente! con el cuerpo enterocuando el chivo San Pedro pase lista.”
Finalmente, Bruno Passarelli presenta el siguiente aporte sobre Centeya:
“Julián Centeya era hincha de Huracán. Un quemero de ley, que había sabido cantarle a tres generaciones de grandes jugadores que hicieron la historia del club de Parque Patricios. Primero, aquel de Onzari, Chiesa, Guillermo Stábile (“El Filtrador”), que terminó enganchado con el mortífero Herminio Masantonio. Después, el de los años 40 en el que jugaban Tucho Méndez, el turco Simes, Juan Carlos Salvini, Delfín “Pichón” Unzué, Cacho Filgueiras (los tres primeros fueron a enriquecer al Racing que resultó tricampeón entre 1949 y 1951). Y finalmente el del Bambino Vieira, de Horacio Narciso Doval, alias “El Loco”, de un joven Coco Basile, de Miguel Brindisi, que deslumbró en el Metropolitano y el Nacional de 1971…
A Centeya le faltó transformar en poema, y jugando lo era, al Huracán de 1973, que tuvo como técnico al Flaco Menotti y que dejó una marca imborrable en el fútbol argentino. Pero ya tenía los huesos y las arrugas demolidas por su pertinaz inclinación por la bohemia (murió el 26 de julio de 1974). Desde algún tiempo antes había ya archivado la costumbre de ir al estadio Tomás Ducó para cinchar desde la tribuna que lleva el nombre de Ricardo Infante por el Globo de sus amores.
Seguro que está esperando en la puerta del Paraíso para darle la bienvenida a todos los quemeros que se asoman por esos pagos, llevados por la curiosidad de ver si es cierto lo que se dice, o sea que en ellos se vive mucho mejor que acá abajo.”
La grandeza de los poetas se expresa en su obra y en el sentimiento que despiertan entre sus lectores. Julián Centeya, llamado por Aníbal Troilo “el Hombre gris de Buenos Aires”, reúne los atributos del más porteño de los italianos que supo retratar a Buenos Aires en forma arrolladora.