RECUERDOS DEL CAFÉ LA PALOMA
UN POEMA DESCONOCIDO DE BLOMBERG
Por Pablo Taboada
Cuando Enrique Cadícamo le puso letra a un viejo tango de Cobián llamado “A pan y agua”, recordó en sus versos a los legendarios personajes del tango que pasaron alguna vez por el Café La Paloma del gallego Domínguez. “Café La paloma por tus veredas brumosas se pasean las sombras de Tito, Arolas y Bardi”.
Efectivamente Eduardo Arolas al bandoneón, Tito Roccatagliata en violín y Agustín Bardi al piano, supieron alguna vez hacer sonar melodías tangueras por el boliche sito en Santa Fe y la actual Juan B. Justo, otrora calle lindante al arroyo Maldonado, que nacía en San Justo, seguía por Ciudadela y Tres de Febrero del lado de la provincia, cruzaba la vieja General Paz de tierra, transitada por carros a caballo, atravesaba la Capital en dirección sudoeste-sudeste y desembocaba en el Río de la Plata.
En 1924 se decidió entubar el arroyo de juguete –como también se lo denominaba- por las constantes inundaciones producidas por los desbordes de los días tormentosos. Las obras comenzaron recién durante el segundo mandato de Yrigoyen en 1929, terminando su primer tramo en 1933 (tiempos del Grl. Justo). El último tramo se terminó en el año 1940. Desde 1934 la calle entubada lleva por nombre Avenida Juan B. Justo en honor al gran médico y político del partido socialista. En tiempos de Perón, la rebautizaron como Avenida 17 de octubre y en 1955, tras el derrocamiento del peronismo, recuperó su nombre original.
Las barriadas de Villa Crespo y Palermo se criaron conviviendo con el Maldonado, como ineludible vecino de la vieja geografía porteña, cual si fuera una vereda de enfrente de estilo veneciano pero sin tanto romanticismo. Bordeada por sus cafetines aledaños, almacenes, fondas y despacho de bebidas, la zona se convirtió en una frontera difusa del mapa, en la cual fueron formándose grandes instrumentistas del tango. Entre ellos, cercana a la zona villacrespense del arroyo, hicieron sus primeras armas Paquita Bernardo, Osvaldo Pugliese, Pedrito Laurenz, Enrique Pollet y muchos otros. Mientras que hacia la punta palermitana, en las inmediaciones de la esquina de Santa Fe y el arroyo, se ubicaba el Café “La Paloma”.
La leyenda de Cadícamo dice que el local llevaba por nombre el seudónimo de una bella moza que todos pretendían. Lo cierto es que desde 1910 como mínimo, ya ostentaba su afamada identidad. El compositor José Guardo le dedicó el tango homónimo, grabado por Vicente Greco en la casa Tagini para la primeros discos Columbia Record de la orquesta típica criolla, cuando la formación la integraban el propio director y Juan Labissier como segundo bandoneón; Francisco Canaro y Palito Abate en los violines, el tano Vicente Pecci en la flauta y Domingo Greco en guitarra.
Mayor fama tuvo todavía el Café La Paloma, cuando Domínguez contrató al cuarteto de Pacho con Juan Maglio al bandoneón, Pepino Bonano al violín, Hernani Macchi en flauta y Leopoldo Thompson en guitarras, en los primeros años de la década de 1910. El escritor Félix Lima se hizo hincha y amigo de Pacho en las mesas del viejo bodegón, que tenía en principio fama de casa mugrienta y terminó con refacciones que la dejaron a punto para enaltecer la dignidad de la clientela.
En la década de 1920, personas de gran envergadura tanguera llevaron sus melodías a Palermo. Sobre todo el grupo de Villa Crespo con Paquita Bernardo, Pugliese, Laurenz, Pollet. También tocó allí Graciano De Leone. Era muy común que los conjuntos típicos acrecentaran su fama por el Maldonado, primero en Villa Crespo y después en Palermo, para ganar mentas y llegar luego al centro. Casi todos los mencionados siguieron ese itinerario artístico-musical.
En aquellos años de 1910 y 1920, sin tener todavía la comunidad musical de aliada a la gran propalación radial que explotaría en 1927, las mentas se ganaban por los comentarios del público que pasaban de boca en boca, hasta que podían llegar al disco y de esa manera masificar desde la fonografía, la difusión de sus talentos musicales. Lamentablemente no sabemos cómo sonaban ni Graciano De Leone, ni Paquita Bernardo con Pugliese y Vardarito, ni Nicolás Vacaro ni Enrique Pollet ni otros tantos que cautivaron a los parroquianos del Maldonado, desde la zona de la calle Thames hasta Palermo. Por lo que se decía, parece que eran todos muy buenos porque han logrado quedar en el recuerdo no merced a la magia del disco, sino a la tradición oral de las camadas tangueras.
La misma tradición engalanó la historia del café “La Paloma” como uno de los más emblemáticos lugares de difusión nocturna de nuestra música, hasta convertirse en una especie de templo de devotos del dos por cuatro.
La literatura recordó a menudo la historia del café. José Bossio, en su excelente libro sobre los bares de Buenos Aires[1], rescató una frase del poeta José Portogalo:
“En La Paloma dije tus mejores versos,
Desde un palquito en alto que llegaba hasta el cielo”.
Al parecer, el café tenía un palco donde además de la orquesta o algún cantor con guitarras, solía representar la fibra recitativa algún poeta de la zona. No he podido confirmar el dato, pero es factible que entre los glosadores de las orquestas que declamaban desde el palco, supo estar Eduardo Escáriz Méndez.
Cadícamo cantó en tangos y poemas conocidos ya, loas a sus mesas. Pero lo curioso es el documento literario que he encontrado y quiero compartir con ustedes por considerarlo digno de demostración. Hurgando entre los papeles de mi hemeroteca, me topé con un ejemplar de la revista AUTORES (ligada a ARGENTORES y SADAIC) donde se publicó un poema de Héctor Pedro Blomberg intitulado: “Las noches del café de La Paloma”.
Los versos me parecieron magníficos y por eso los comparto aquí:
“Café del barrio viejo, café de La Paloma…
Yo soñaba en sus mesas o jugaba al billar
En los largos hastíos de remotos veranos
En las noches alegres que no han de volver más.
En una de esas noches mis ojos se encontraron
Con su carita pálida…era rubia y gentil…
Yo le escribía versos…me amó una primavera,
La renguita Lucía, que tocaba el violín.
Romero me aburría con largas narraciones
De cuando fue conscripto y anduvo por el sur;
Yo escuchaba en silencio, abstraído, y miraba
La vereda de enfrente, donde había un ombú.
El moreno Requena, tocaba la guitarra
Y me contaron historias que no tenían fin,
Historias de divorcios y escandalosos pleitos:
Requena era escribiente de un juez en lo civil.
Juan Cruz leía siempre novelas de Gutiérrez:
“El chacho”, “Hormiga negra”, “Juan Cuello”, en el café;
Soñaba con el tiempo de Rosas y tenía
Una daga de plata guardada en el jacquet.
Después venían otros, Anselmi, los Rodríguez,
Que jugaban al truco hasta el amanecer;
El oficial Martínez, que hacía versos malos,
Los leía en voz alta, en medio del café.
Don José el de “La estrella”, que cerró la farmacia,
Cuando una noche, en junio, su mujer se murió
Y le dejó solito…¡Como bebía el pobre!
Se quedaba dormido, tranquilo, en su rincón.
No he encontrado a ninguno, después de tantos años;
El café no es el mismo y ya no está el ombú…
¡Oh noches del antiguo café de “La Paloma”
Que vieron dulcemente pasar mi juventud!
Pienso en todos: se han ido con sus pequeñas vidas,
Con los obscuros sueños que soñaban aquí.
Sólo queda un recuerdo de amor de primavera:
La renguita Lucía que tocaba el violín”.
El poema de Blomberg (desconozco la fecha de su creación), nos puede dotar de ciertas pistas históricas, -entendiendo que evoca cuestiones reales y no meros personajes ficcionales-, que nos permiten concluir entre otras cosas que el café llevaba el nombre del apodo de una mujer. No dice “Café La Paloma”, sino café “de La Paloma”, lo que induce a pensar que la leyenda de la moza, podría ser cierta. También delata su pluma que había músicos aficionados en el local, como el guitarrista y la violinista. Y también recitadores. Con el avance de la profesionalización de la música porteña, el bar fue invadido por elementos de valía, sin descartar las tertulias espontáneas de aficionados y parroquianos. La escena del ombú parece indicar un regreso al café, cuando las obras del entubamiento avanzaban y tiraban abajo todo lo que se le cruzaba por el camino.
José Bossio contaba en su libro que el café pasó con los años a ser una pizzería cercana al Ferrocaril Pacífico, que solamente conservó la placa de “La Paloma”, pero que se denominó desde su modernización como “Pizzería Nápoles”. La gente del tango recordaba que tras el cambio, el barrio nostálgicamente hablaba de “La paloma herida”.
[1] BOSSIO, JOSÉ: “Los cafés de Buenos Aires”, Ed. Schapire, Bs. As., 1968.