EL GAUCHO Y EL GRINGO EN EL MARTÍN FIERRO Y EN LA CARTA GAUCHA: DOS CONSTRUCCIONES IDEOLÓGICAS OPUESTAS
Aníbal D’Auria
I
El objetivo de este trabajo es contraponer la construcción ideológica y literaria del gaucho y del gringo en dos textos gauchescos: el archi-famoso poema de José Hernández, Martín Fierro (1872 y 1879) y el folleto anarquista de Juan Crusao (alias de Luis Irineo Woollands), Carta gaucha (1922).
Más allá de la diferencia de tiempo entre ambos textos, es interesante efectuar una comparación debido al carácter eminentemente político de ambos (encubierto en el poema de Hernández, pero explícito en el folleto de Crusao). El interés radicaría, no sólo en las diferencias entre sus autores (estanciero, federal y criollo el primero; acriollado hijo de inmigrantes, anarquista y campesino, el otro), sino en el contenido mismo de los textos, seguramente determinado por los orígenes de ambos escritores[1].
Mi interés central se dirige a la construcción de la imagen del “gringo” en sendos textos. Esa figura es claramente despreciada en el poema hernandiano, pero es valorizada en al folleto de Crusao. Como contraposición al “gringo”, el gaucho que ambos pintan no es tan diferente: en ambos es víctima, pero ese carácter de víctima sí es diferente en cada uno.
Para Hernández, el gauchaje es víctima de las políticas modernizadoras del Estado, no sólo de la política de fronteras con el indio, sino también el proyecto inmigratorio. En cambio, ya hacia 1922, el “problema del indio y el desierto” ha desaparecido, pero el flujo inmigratorio se halla más fuerte que nunca, dando lugar a una fuerte reacción nacionalista y xenófoba entre las mismas clases dirigentes que antes habían alentado la inmigración. En ese contexto, y a contrario de la literatura chauvinista dominante, el “gringo” que pinta Crusao en su folleto no es un privilegiado inútil que viene a desplazar al criollo, sino que, más bien, es un compañero del cual el gaucho debe aprender.
Sorpresivamente, esto parece reeditar la tesis alberdiana de que la inmigración traería consigo la educación de las masas criollas, pero hay una diferencia fundamental entre Alberdi y Crusao: para este último no son sólo los hábitos laborales lo que “enseñan” los gringos, sino fundamentalmente los hábitos de organización para la lucha contra la opresión social.
II
Se ha supuesto a menudo, y tal vez sin demasiado análisis, que el Martín Fierro expresa la voz, el sentir y el ser del gauchaje, y que esa voz, ese sentir y ese ser tienen una impronta libertaria. Frente a esas dos tesis, que no siempre caminan juntas, yo creo todo lo contrario:
- Que el hermoso poema de Hernández no expresa ni la voz, ni el sentir, ni el ser del gaucho.
- Que el gaucho de Hernández no expresa tampoco ni una voz, ni un sentir ni un ser libertarios.
Así como el Facundo (1845) no es la voz del gauchaje, sino la idea que del gaucho se hace el intelectual urbano autodidacta Domingo F. Sarmiento, el Martín Fierro (1871) tampoco es la voz del gauchaje, sino la idea que del gaucho se hace el político estanciero José Hernández. E igual que el Facundo, de Sarmiento, el libro de Hernández tiene una clara intencionalidad política, diametralmente opuesta a la del sanjuanino: la intencionalidad política de Hernández expresa los intereses de ciertos estancieros que se ven privados de mano de obra campesina por la levas del ejército que llevan gauchos a la frontera; el rechazo al proceso de formación del Estado nacional, que viene a terminar con la organización feudal del territorio; el rechazo a las políticas públicas de escolarización formal, y especialmente, de inmigración masiva[2].
Yo he conocido esta tierra
En que el paisano vivía
Y su ranchito tenía
Y sus hijos y mujer-
Era una delicia ver
Cómo pasaba sus días[3].
El que era pión domador
Enderezaba al corral
Ande estaba el animal
Bufidos que se las pela
-Y más malo que su agüela
Se hacía astillas el bagual[4].
Y mientras domaban unos,
Otros al campo salían
Y la hacienda recogían.
Las manadas repuntaban,
Y ansí sin sentir pasaban
Entretenidos el día[5].
Y con el buche bien lleno
Era cosa superior
Irse en brazos del amor
A dormir como la gente.
Pa empezar al día siguiente
Las fainas del día anterior.
Ricuerdo! ¡Qué maravilla!
Cómo andaba la gauchada
-Siempre alegre y bien montada
Y dispuesta pal trabajo-
Pero hoy en día.. barajo!
No se la ve de aporriada[6].
Cuando llegaban las yerras,
¡Cosa que daba calor!
Tanto gaucho pialador
Y tironeador sin yel
Ah, tiempo! pero si en él
Se ha visto tanto primor.
Aquello no era trabajo.
Más bien era una junción
-Y después de un güen tirón
En que uno se daba maña,
Pa darle un trago de caña
Solía llamarlo el patrón[7].
Estos versos pintan una suerte de utopía feudal pasada, ya ida, que no es otra que la visión decadentista del patrón bueno y paternalista: un ideal político que veremos resurgir con el nacionalismo populista del siglo XX, con su apotegma de “de casa al trabajo y del trabajo a casa” y su slogan de conciliación de capital y trabajo. Incluso se adelanta otra idea del populismo nacionalista argentino posterior: la idea de “alpargatas sí, libros no”:
Aquí no valen dotores.
Sólo vale a esperencia.
Aquí verían su inocencia
Esos que todo lo saben
-Porque esto tiene otra llave
Y el gaucho tiene su cencia[8].
Es cierto que Fierro es un gaucho que termina rebelándose contra la autoridad y anhelando una libertad que irá a buscar entre los indios. Pero no es menos cierto que Fierro quiere ser respetuoso de la autoridad, es racista (respecto de los indios, los negros y los extranjeros) y es profundamente religioso. Es decir: nuevamente, tras el personaje aparentemente libertario subyacen los prejuicios ideológicos del estanciero Hernández:
Allí sí se ven desgracias
Y lágrimas y afliciones
Naides le pida perdones
Al Indio – pues cuando dentra,
Roba y mata cuanto encuentra
Y quema las poblaciones.
No salvan de su juror
Ni los pobres angelitos
-Viejos, mozos y chiquitos
Los mata del mesmo modo
-Que el Indio lo arregla todo
Con la lanza y con los gritos.[9]
Ay nomás me tiré al suelo
Y lo pisé en las palmetas [a un indio].
Empezó a hacer morisquetas
Y a mezquinar la garganta
-Pero yo hice la obra santa
De hacerle estirar la geta[10].
…Es güeno vivir en paz
Con quien nos ha de mandar-[11]…
A los blancos hizo Dios,
A los mulatos, San Pedro.
A los negros hizo el diablo
Para tizón del infierno[12].
Me hirvió la sangre en las venas
Y me le afirmé al moreno
-Dándole de punta y hacha
Pa dejar un diablo menos[13].
En fin, para el gaucho Martín Fierro (que no es otra voz que la del estanciero Hernández), matar a un indio es “obra santa”, hay que obedecer a la autoridad siempre que no nos perjudique personalmente y los negros son obra del diablo. Es imposible hallar algo de libertario en estos rasgos.
No estoy diciendo que los apologistas de las modernización carecieran de prejuicios similares; simplemente digo que, en todo caso, los defensores del orden semi-feudal vigente no diferían demasiado de aquéllos en estos puntos: sólo que a la moderna dicotomía de civilización/ barbarie (o progreso/ atraso) de los primeros, éstos anteponían o superponían la medieval dicotomía de cristiano/no cristiano (diabólico, hereje, impío, infiel, etc.).
III
En todo ese mismo arco de prejuicios hay que ubicar la imagen que Fierro-Hernández construye del gringo inmigrante:
Era un gringo tan bozal
Que nada se le entendía
-¿Quién sabe de ande sería?
Tal vez no juera cristiano:
Pues lo único que decía
Es que era pa-po-li-ta-no.
Estaba de centinela
Y por causa del peludo
Verme más claro no pudo
Y esa jue la culpa toda
-El bruto se asustó al ñudo
Y fi el pavo de la boda.
Cuando me vido acercar
“¿Quen vívore?” –preguntó.
“Qué víboras” –dije yo-
“Ha garto” –me pegó el grito
-Y yo dije despacito
“más lagarto serás vos”[14].
Por de contao, con el tiro
Se alborotó el avispero-
Los oficiales salieron
Y empezó la junción-
Quedó en su puesto el nación
Y yo fi al estaquiadero[15].
De las manos y las patas
Me ataron cuatro cinchones
-Les aguanté los tirones
Sin que ni una ay! se me oyera.
Y al gringo la noche entera
Lo harté con mis maldiciones.
Yo no sé por qué el gobierno
Nos manda aquí a la frontera
Gringada que ni siquiera
Se sabe atracar un pingo
-¿Se creerá al mandar un gringo
Que nos manda alguna fiera?
No hacen más que dar trabajo.
Pues no saben ni ensillar
-No sirven ni pa carniar.
Y yo he visto varias veces
Que ni voltiadas las reses
Se les querían arrimar.
Y lo pasan sus mercedes
Lenguetiando pico a pico
-Hasta que viene un milico
A servirles el asao
-Y eso sí, en lo delicaos
Parecen hijos de rico.
Si hay calor, ya no son gente.
Si yelan, todos tiritan
-Si usté no les da, no pitan
Por no gastar en tabaco
-Y cuando pescan un naco
Uno al otro se lo quitan.
Cuando llueve se acoquinan
Como perro que oye truenos
-Qué diablos-
Sólo son güenos
Pa vivir entre maricas
-Y nunca se andan con chicas
Para alzar ponchos agenos.
Pa vichar son como ciegos.
No hay ejemplo de que entiendan.
Ni hay uno solo que aprienda
Al ver un bulto que cruza
A saber si es avestruza
O si es ginete, o hacienda.
Si salen a perseguir,
Después de mucho aparato
Tuitos se pelan al rato
Y va quedando el tendal
-Esto es como en un nidal
Echarle güebos a un gato[16].
O sea: el gringo es bruto, torpe, inútil, cobarde, amarrete, ladrón, delicado, marica. Ni siquiera parece “cristiano”. Y lo peor: va desplazando al criollo. (Y ahora no es Fierro-Hernández quien habla, sino Cruz-Hernández:)
Le advertiré que en mi pago
Ya no va quedando un criollo
-Se los ha trago el oyo.
O juido o muerto en la guerra
-Porque, amigo, en esta tierra
Nunca se acaba el embrollo.
Y dejo rodar la bola
Que algún día se ha de parar
-Tiene el gaucho que aguantar
Hasta que lo trague el oyo
-O hasta que venga algún criollo
En esta tierra a mandar.
Una vez más: el rechazo a la autoridad del gobierno no es tal, sino a la autoridad de un gobierno que es tildado de no criollo; es decir, el problema para el estanciero Hernández no es el autoritarismo del gobierno, sino que ese autoritarismo esté orientado a la transformación del mundo criollo-feudal en vez de estar orientado a su conservación. Lo gringo viene a ser el Estado nacional, la modernidad misma. El gringo entonces es la amenaza real, más que del gaucho, del estanciero feudal; y el gringo se aparece como algo peor que el diablo, pues viene a terminar con aquel mundo encantado, poblado de ángeles y demonios. Si el indio y el negro son demonios, y si el criollo es “crestiano”, del gringo, por su parte, ni se sabe qué es (“tal vez no juera crestiano”).
Es este mundo gringo, que irrumpe vertiginosamente, el que terminará llevando a Fierro y a Cruz a unirse con sus antiguos “otros”, los indios, los “infieles”, los “salvajes”. Antes del Estado nacional (en tiempos de Rosas, podemos suponer) la autoridad era criolla (es decir: “crestiana”), y naturalmente, “lo otro” de la autoridad feudal, criolla y cristiana era el indiaje infiel. Ahora parece que la cosa está cambiando aceleradamente, y es todo aquel mundo criollo-indígena, cristiano-infiel, el que se ve amenazado por la autoridad del Estado moderno y el proceso inmigratorio.
IV
Si estas interpretaciones mías son correctas, entonces no debe extrañar que esta misma imagen del gaucho sea recuperada más de treinta años después como arquetipo de la argentinidad por los sectores dominantes que, luego del proceso de modernización llevado a cabo y ya en un contexto socio-político muy distinto, comenzaron a mostrarse contrarios o refractarios a ciertas consecuencias “no deseadas” de la inmigración.
En efecto, al cumplirse el primer Centenario, el proceso de afirmación del Estado nacional ya parece terminado; además, el país se encuentra plenamente integrado al circuito del capitalismo mundial, la alfabetización ha aumentado significativamente, y la inmigración europea ha cambiado el rostro y las costumbres de la sociedad, tanto urbana como rural. Pero para esa misma época, ya las clases dirigentes, las mismas que por tres décadas llevaron adelante esas transformaciones, han comenzado a percibir consecuencias que no habían previsto; más precisamente: la inmigración europea ha traído consigo también nuevas ideas sociales y políticas, ideas que amenazan la pervivencia de esas mismas clases dirigentes que hasta la víspera habían sido “modernizadoras”. El socialismo, el sindicalismo y el anarquismo vinieron con los inmigrantes europeos, y son estas ideas las que se asocian ahora al “gringaje”.
Por eso decía que no debe extrañar que en un contexto muy diferente al de Hernández, Lugones, en 1912, rescate esa imagen del gaucho, xenófobo y racista, como arquetipo de la argentinidad. Esto es lo que se ha llamado “operativo Lugones”, sintetizado en su famoso El payador, donde se erige al Martín Fierro como libro nacional[17].
Claro que las contradicciones no importan: no importa que el mensaje anti-modernizador de Hernández sea ahora alineado junto al mensaje modernizador de Sarmiento (Lugones pretende que su interpretación del Martín Fierro está en sintonía con el Facundo); tampoco importa que el modelo de gaucho real de Lugones, el general Mitre, coincida muy poco con su modelo ideal, Martín Fierro. Lo único que importa es que todos ellos, Hernández, Sarmiento, Mitre, Fierro, son o eran criollos. El peligro que ve Lugones es el gringo, como también lo vio Gálvez en su Diario de Manuel Quiroga (libro que, también, sin temor a las contradicciones, hermanaba culturalmente a Rosas con Sarmiento y Mitre)[18].
Así, el famoso poema de Hernández encuentra su destino ideológico en las conferencias y el libro de Lugones de 1912. Lugones, como el gaucho Cruz, amigo de Fierro, quiere que la autoridad sea criolla[19].
V
Contracara de esa imagen negativa y recelosa del gringo, encontramos una imagen positiva y laudatoria en un texto gauchesco, propiamente libertario, hoy casi ignorado[20]. Se trata de la Carta gaucha, escrita por el anarquista Luis Woolands (Luis Crusao), campesino de ascendencia holandesa.
Este escrito está fechado en 1922, tiempos de plena vigencia de la transparencia electoral de la Ley Sáenz Peña, de los gobiernos radicales y de la Argentina opulenta. La Carta gaucha no es un poema, ni una novela, ni un folletín; es un folleto de difusión anarquista escrito en lenguaje gauchesco para concientizar al hombre de campo de su situación de explotado. Veamos cómo se pinta allí la imagen del gringo y del gaucho:
“¡Amigos! Cuando me acuerdo de aquellos hombres, me da vergüensa llamarles gringos… D’ellos aprendí que los verdaderos gringos somos los pobres de cualquier nasión, y que los argentinos d’inorantes que somos los despresiamos. ¡Somos bárbaros los hijos d’esta tierra, y atrasaos! Nos creemos saber todo y somos más redondos que argoll’elaso; no tenemos más que mala boca pa insultar a los trabajadores y pa rairnos de lo que no sabemos. Y somos más desgrasiados q’ellos, porq’ellos siquiera se defienden de las picardías de los ricos y nosotros, ¡ni eso![21]
De entrada se ve que el gaucho les está hablando a otros gauchos, para explicarles que, en la sociedad actual, ellos son tan extranjeros como los gringos. El desprecio del gaucho al gringo es producto de su propia ignorancia. El gringo por lo menos, a diferencia del gaucho, sabe organizarse para defenderse de los explotadores. Es claro que Crusao está aludiendo a la organización de los obreros en sindicatos y sociedades de resistencia.
“¡Amigo!...pero no siento el haberme quedao [en una obra de construcción de un puente donde pagaban muy mal a los obreros]. Jui a vivir a la carpa d´esos estranjeros que les digo. Eran españoles los más y un italiano. ¡Alegadores!... Cuando se juntaban de noche y empesaban a discutir se ponían coloraos alegando a gritos a veces. Pero no se peliaban nunca. ¡Gente linda! No se insultaban tampoco, eso sí. Yo sabía pensar: si juesen criollos ya hubieran salido el ruido los fierros, porq´ese es el modo que tenemos los argentinos de hasernos entender. ¡Somos tan bárbaros y tan atrasaos! ¿Y qué discusiones! ¡Hablaban de sensias y d´historias, del sol, de la tierra y de unas estrellas que están lejísimas; de las clases de hombres que había de antes y de unos animales grandotes que ya no hay. Pero con tino, no vayan a crer. Sabían lo que desían. Pero lo que más me gustaba era cuando hablaban de revolusión. ¡Qué lindas cosas desían! Yo me quedaba con la boc´abierta escuchando. Allí he abierto los ojos yo, mejor que si hubiera ido a la escuela toda la vida, ¡amigo!
Desían que los pobres no debíamos aguantarles más a los ricos y que ha llegao el momento que los ricos trabajen como nosotros si quieren comer, que todos somos iguales, porque no porq´ellos sean más istruidos que nosotros han de valer más, si ellos tienen la istrusión, nosotros tenemos los brasos hechos al trabajo y ellos no, que los ricos, sin nosotros que hasemos todo, no podrían vivir y que nosotros pa vivir no presisamos d´ellos. ¡Y fijensé, en eso no habíamos pensao nunca los argentinos! ¡Y tan fásil q´es! Si todos los criollos que viven trabajando como negros comprendieran esto, no habría más que dar un grito y ya estab´hecha la revolusión. Enseguida seríamos dueños de todo: los campos, las vacas, las caballadas, los araos y las máquinas, y los trabajadores del pueblo q´están mil veces más adelantaos que nosotros, se harían dueños de los trenes, las fábricas, los almasenes y las panaderías, nosotros, los del campo, les daríamos la carne, los cueros y el trigo, y ellos nos darían la galleta, el pan, las botas y los visios, y nos llevarían gratis a pasear en tren.
“Cuando hablaban d´esto, a mi se me hacía sierto que ya las cosas estaban así, y me paresia mentira que nosotros los argentinos nunca nos hubiera dao por pensar en estas cosas tan lindas. Me daba vergüenza de ser tan atrasao, y más cuando ellos desían que si ese cambio no llegaba antes, era porque los mismos trabajadores l´estaban estorbando con su inorancia y porque no se ocupaban de lo que más les convenía.
¡Cuánta rasón hay en eso! La mayor part´elos trabajadores y prinsipalmente los criollos, no hasemos más que trabajar como animales, pa despúes jugarnos la plat´ala taba o en las carreras, mamarnos en las esquinas y peliar, lastimar algún pobre diablo como nosotros pa que nos hundan en la cársel, pero de mejorar nuestra suerte, ¡qu´esperansa!, d´eso no nos acordamos nunca. ¡Somos infelises los gauchos! (…)
“Y seguían disiéndome todo cómo había que haser, pero con un tino que daba gusto escuchar. Me desian que Dios no es más que un cuento del tío inventao por los frailes pa vivir sin trabajar, a costillas de los inorantes. Por eso es que todos los curas son gordos, ¿se han fijao? ¡Cómo no, si no hasen nada, comen de lo mejor y duermen como potrillo blanco! M´hisieron comprender que no hay tal Dios y qu´ese es un negosio de la gente pícara que se alimenta de las crénsias de los sonsos. M´enseñaron que los políticos y toda clase de caudillos son una manga de charlatanes y fallutos, que l’único que buscan es acomodarse para vivir a gusto con el trabajo e los pobres que pagan las contribusiones y los impuestos, que todos ellos disen muy lindas palabras y le hasen muchas promesas a uno, pero tocante a cumplirlas, ¡no hay gente! Y eso se ve clarito como güevo e tero; no hay más que fijars´en las elesiones como andan: que Don Pu acá y Señor Pu allá y mil salamerías pa que uno les d´el voto. Pero después que ha pasado la farra, ¡si t´he visto no me acuerdo! Si a mano viene ni lo saludan al pobre que votó por ellos. ¡Y que le van a dar de lo que han prometido, si no es d´ellos el páis!
Cuando más si uno cái preso y lo presisan, lo sacan; pero si no lo presisan, ya puede esperar sentao; lo hunden más si se descuida. Porqu´ellos mismos hasen las leyes, pa mejor; y no son tan lerdos p´enredarse´en sus mismas cuartas. “¡Y que uno les háiga dao el voto tantas veses sin darse cuenta! Ah, pero lo qu´es a mi no me agarran más ni con perros. Y así debían haser todos los argentinos, cuando algún político les pida el voto, crusarlo de un lasaso a lo potro; y en lugar d´ir en majad´alas elesiones, debíamos ponernos a ler el diario que sacan los trabajadores del pueblo; así aprenderíamos algo útil pa nosotros. D´ese modo poco a poco sabremos defendernos de las camándulas de los ricos, como saben los trabajadores estranjeros, y al´ultimo dejaremos de ser esclavos de los patrones, que nos hasen trabajar de sol a sol y a veses hasta la noche. Y si es en las estansias, nos dan de comer los animales más flacos y a veces los apestaos, y no digamos nada de las chacras, que mantienen las pionadas con mate cosido. ¡Si d´hasta vergüensa el acordarse! Yo h´estao en muchas estansias en donde se voltiaban pa los piones las vacas enfermas de la garganta, y estos infelises de mis paisanos se las comían sin protestar siquiera. L´hasienda gorda y sana la vendían los patrones pal frigorífico, y se daban corte que habían sacao tanto ¡como si tal cosa!...; no se acordaban de que los que habían cuidao es´hacienda se habían alimentao con las que s´estaban muriendo de peste.
¿Y las trilladoras? ¡Hermanito, qué matadero! Lo hasen trabajar a uno desde que aclara y le pegan hasta oscuro, ¡meta y ponga, al rayo de sol, entre nubes de tierra y basura! Solamente los burros pueden aguantar esa vida, porque aquello no se llama trabajar, ni comer, ni dormir, ni siquiera morirse a gusto. Y después que los pobres revientan sinchando pa llenar miles de bolsas de trigo se pasan todo el año con galleta dura, y eso cuando tienen; del pan no hay que acordarse, porqu´está tan caro que los pobres no se le ponen ni en buenas. Los patrones mirando trabajar a sus esclavos, comen de lo mejor y nunca se les pega la camisa con el sudor.
Y los políticos, ¿qué hasen que no remedean esto? ¿No disen a boca llena que no hay mejores patriotas qu´ellos y que hasen esto y aquello por el páis?, y hast´hay algunos más pícaros tuavía que no hablan más que de los trabajadores: que los obreros por aquí y los obreros por allá, que los trabajadores pasan miserias y qu´ellos van a a´rreglar todo cuando gobiernen. Pero son como todos los demás, igualitos. Todo lo arreglan con palabras; charla esos sí, no les falta: pa prometer son como hachaso, pero todas esas posturas las hasen pa conseguir votos. En eso son más diestros que los otros. Hasta se visten de trabajadores a veses y se llaman socialistas o comunistas para pareser mejores. Y según disen los que saben, donde gobiernan ellos se llevan todo por delante, ¡hast´han llegao a fusilar a los trabajadores! Así son todos los políticos. Ni con colgarlos pagarían todo el daño que hasen. (…)
“Cuando aquellos hombres m´esplicaban estas cosas y yo las veía tan clarito, me daba rabia de ser tan atrasao, y pensaba: ¡Si yo tuviera labia p´haserles entender todo esto a mis paisanos, que son tan inorantes! Yo desiaba que todos aprendieran de golpe par´haser enseguida nomás la revolusión y quedarnos dueños del país. Todos los pobres comerían entonse y tendrían con qué vestirse sin gastar nada; basta con que todos trabajasen un poquito. ¿Y quién iba a ser tan maula pa no animarse a trabajar tres o cuatro horas por día, que´es lo que tocaría a cada uno? Y después, toda esa pobre gente que vive a medio comer, que pas´hambrunas y no tiene qué ponerse, ¿cómo no ib’estar contenta con el cambio? Solamente que juesen locos; y yo creo que hasta los locos les gusta lo bueno, porque la necesidá la sienten hasta los animales"
Como se ve, el gaucho cuenta, a modo de una experiencia personal (cuasi una conversión religiosa), cómo al juntarse casualmente con los gringos, comenzó a entender su situación de explotado y marginado. Aprendió de ellos muchas cosas oyéndolos discutir amigablemente; pero sobre todo, comprendió la cuestión social y su propia situación en ella. Ellos lo motivaron a aprender a leer y a escribir. Claro, esos gringos no eran cualquier gringo: eran anarquistas, gente muy especial y difamada sistemáticamente por los políticos, los curas y las autoridades.
“Entonse jué cuando aquellos hombres me aconsejaron que liera y escribiera. Con ellos aprendí a formar las letras, porque yo era un redondo p´estas cosas. ¡Y hay que ver la pasensia que tenían! Como eran tan entendidos en todo, daba gusto como l´enseñaban a uno. Al mes ya leía de corrido y escribí´algo, despúes a juersa de costansia y afisión m´hise un escribano, hecho y derecho. Todas las noches, con lus, meta pluma y meta ler. ¡Y tenían cada libro!... Ah, pero les voy a´lvertir: aquellos hombres que tanto me enseñaron y que m’hisieron el mayor servisio qu´he resibido, eran anarquistas. “Yo al prinsipio les desconfiaba. ¡Se desían tantas barbaridades de los anarquistas!... Pero después, ¡qué diablos! si eran los hombres más buenos que había conosido en mi vida. En la carpa d´ellos todo lo que había era de todos, era del COMUNISMO, como ellos desían; no había que pedir permiso p´agarrarlo y no les gustaba tampoco que uno anduviese con cumplidos. Por eso les créia más, porque lo qu´ellos desián que harían despúes de la revolución, lo hasían allí mismo, ¡no había tutía! Eran hombres de una sola piesa y sin revés. Desd´entonse yo no tengo a menos llamarme anarquista y hasta teng´orgullo e serlo. Y también digo que después de saber todo lo que les cuento, únicamente los sinvergüensas y los ricos pueden hablar mal de los anarquistas, porque es claro, no les conviene que los pobres abran los ojos. Si no, el día que los trabajadores se hagan anarquistas y les griten: ¡Aquí estamos!, ese día los cogotudos van a tener qu´hinchar el lomo si quieren comer, porque nadies v´a a ser tan sonso pa seguir manteniendo a sánganos.
Los anarquistas, amigo, no quieren tener gobierno, porque disen que cada cual debe gobernarse a su gusto y que nadie tiene derecho a mandar a los demás, porque los hombres somos iguales, es desir, somos hombres lo mismo unos que los otros. Y eso se ve bien claro: nadies presisa del gobierno para poder comer y haser las demás necesidades; lo que sabe uno desde que nase. Por falta de gobierno no vamos a dejar de comer y vestirnos, ¡no hay miedo! Y tan lindo que andamos, con gobierno y todo, los pobres: desnudos y muertos de hambre. Así es qu´el día que falten esos señores, no los vamos a estrañar mucho. Que nos dejen d´historias esa manga de sinvergüensas, que se pasan la vida gorda con el cuento de que hay que gobernar al páis porque si no, se acabaría el mundo; que hay que respetar el orden, las leyes, la religión de los curas y ¡qué sé yo! El caso es qu´ellos, con esas matufias tienen todo embarullao y viven del sudor de los que trabajan. ¡Para eso sí les tengo fe! Y vean lo qu´es: el gobierno quiere que los pobres guarden el orden y respeten la propiedá e los ricos; mientras tanto él no respeta ni siquiera la vida de los trabajadores, y por cualquier cosa, basta que los trabajadores se junten en la calle, pa que les haga cáir con su milicada, que no anda con chicas cuando la mandan dar palos o tirar a los pobres.
¿Y qu´es la propiedá e los ricos?... Es todo lo que han conseguido sin trabajar, robando con el cuento susio del negosio. Porqu´es así: los que han trabajao toda su vida no tienen nada; y los que no han hecho nunca más que rascarse y mandar, esos son los que lo tienen todo, todo: más ovejas y vacas que buenas intensiones y campos más grandes que la misma mar. Y eso no es justo aunqu´el gobierno lo apruebe; lo justo sería que los que trabajan pudieran comer un poco mejor. Pero eso únicamente se podrá conseguir cortándoles las uñas a los que se roban todo amparaos por el gobierno. Si los pobres no juésemos tan infelises, ya les habríamos atajao el pasmo a esos señores gobernadores y los habríamos mandao a descular hormigas, qu´es pa l´único que pueden servir"
En fin, luego, el grueso de la Carta gaucha es un folleto de difusión anarquista clásico, con todos los ingredientes de este tipo de escritos: solidaridad internacional entre los trabajadores, anti-militarismo, ateísmo, anti-autoritarismo, etc.; sólo que redactado en lenguaje gauchesco.
VI
En síntesis, en la construcción de Crusao (Woolands), las relaciones entre el gaucho y el gringo son diametralmente opuestas a cómo las postula Hernández. Para Crusao, el gaucho no sólo no debe ser enemigo del gringo, sino que debe reconocerse a sí mismo también como gringo en sentido amplio, es decir, como extranjero, es decir, sin patria ni propiedad. Pero no sólo eso: el gaucho tiene mucho que aprender de estos gringos, lo que nos lleva a un último punto, tal vez irónico.
Alberdi, acaso el mayor promotor teórico del proyecto inmigratorio en la Argentina, entre los muchos beneficios que le atribuía a la inmigración europea, había destacado la educación que ella traería a las masas criollas: “Cada europeo que viene a nuestras playas nos trae más civilización en sus hábitos que luego comunica a nuestros habitantes, que muchos libros de filosofía. Se comprende mal la perfección que no se ve, toca ni palpa. Un hombre laborioso es el catecismo más edificante”[22].
Bueno, al parecer, la construcción teórica de Crusao referida a la acción educativa del gringo sobre el gaucho coincide y retoma las intuiciones modernizadoras de Alberdi. Sólo que lo hace con una pequeña pero fundamental diferencia (y esta constituye, quizá, una ironía). Esa acción educativa y civilizadora no se da en el sentido previsto por Alberdi (“Multiplicad a la población seria, y veréis a los vanos agitadores, desairados y solos, con sus planes de revueltas frívolas, en medio de un mundo absorbido por ocupaciones graves”)[23], sino más bien en un sentido bien contrario.
En efecto, la Carta gaucha de Crusao termina con un llamado al gauchaje a alistarse en las filas de la revolución social, con la confianza en que los gringos combatirán junto a ellos (pues al fin y al cabo, todos, gauchos y gringos pobres, son igualmente extranjeros en la situación actual).
“¡Gauchos, paisanos míos, compañeros de desdichas: preparen los facones que v’empesar la yerra! No se me quede ninguno. Hagan coraje si no quieren que los tratemos de mulitas y les cortemos las orejas. Vamos a la revolusión, aunque sea con una lansa el que no tenga otr’arma. ¡Adelante!, que los gringos nos darán una manito. “¡Viva la revolusión! “¡Viva la revolusión anarquista y la libertá de los gauchos!”
[1] José Hernández es ampliamente conocido, tanto como escritor como político. Se sabe de su origen estanciero y de sus simpatías federales, sucesivamente rosistas, urquicistas y jordanistas, y es famosa su polémica con Leandro Alem respecto de la federalización de la ciudad de Buenos Aires en 1880: Hernández la apoyó mientras que Alem se opuso. En cambio, Luis Woolands (seud. Juan Crusao) es prácticamente desconocido, salvo entre algunos anarquistas. Nació en Chascomús en 1885 y murió en Mar del Plata en 1957. Hijo de inmigrantes holandeses, fue de niño peón de campo; su formación intelectual es totalmente autodidacta, haciéndose anarquista a los 34 años de edad, gracias al contacto con los trabajadores extranjeros que profesaban ese ideal. Entre 1914 y 1915 editó en Mar del Plata El grito del pueblo, periódico de tendencia revolucionaria. En 1930 participó activamente en la campaña por la libertad de los presos de Bragado. En 1931 estuvo preso más de un año por “desacato a la autoridad”. Fue redactor de La Protesta durante diez años, y sus textos más importantes son la Carta gaucha (1922) y su conferencia La descendencia del viejo Vizcacha. Cf. TARCUS, H., Diccionario biográfico de la izquierda argentina, Emecé, Buenos Aires 2002.
[16][16] MF, V, 148-155.
[21] Esta y las siguientes citas de la Carta gaucha están tomadas del volumen El anarquismo frente al derecho, editado por Grupo de Estudios Libertarios, Libros de Anarres, Buenos Aires 2007; pp.257-269.
[23] Ibid. p91.