OSVALDO NICOLÁS FRESEDO
HISTORIA DE SU VIDA ARTÍSTICA
Parte I
Por Pablo Darío Taboada
FRESEDO, OSVALDO NICOLÁS
“El Pibe de la Paternal”
Bandoneonista, compositor, director. Aviador. Símbolo y figura del tango de todas las épocas. Gigante de nuestra música típica.
(Buenos Aires, 5 de mayo de 1897-Buenos Aires, 18 de noviembre de 1984)
1. PALABRAS PRELIMINARES
La figura de Osvaldo Nicolás Fresedo se alza indiscutiblemente erguida, entre la de los más grandes valuartes del tango todo. Como Canaro, Lomuto, D’Arienzo o Di Sarli, por citar un pocker de ases de sus idealizados tiempos, sería impensado imaginar una historia del tango sin la presencia de Osvaldo Fresedo. Bandoneonista preclaro de las primeras camadas de difusores que lucharon tesoneramente para afianzar nuestra música en la ciudad de Buenos Aires, fue prontamente elevado a la cúspide del quehacer artístico porteño como compositor y director de orquesta típica. Hombre de las postrimerías de la guardia vieja, imprimió su nuevo sello al tango entre los cultores y pioneros de la generación que conmovió los cimientos de nuestra canción popular desde los albores de la década de 1920.
Su perfil musical internacional, nació en temprana campaña, cuando junto a Enrique Delfino y Tito Roccatagliata, viajó a los Estados Unidos con el propósito de difundir nuestros tangos en el país norteamericano. Nada mejor que ese viaje y esas señeras grabaciones de la Orquesta Típica Select, para abrir un panorama totalmente diferente en los conjuntos de antaño.
El tango ha tenido originales aportes desde sus primeros rodeos con la creación de Vicente Greco, la difusión de Pacho, el talento compositivo de Arolas, la feliz irrupción de Roberto Firpo con su piano y sus tangos inolvidables, y el cambio de estilo no menor que Delfino, Tito y Fresedo, le dieron desde los Estados Unidos. En la fuente de la Select abrevaron todos los grandes idealistas del tango romanza: Cobián, Geroni Flores, Ferrazzano, los De Caro, Maffia, Vardaro, etc.
Injusticia sin par es aquella que denominó a toda una época con el nombre de un solo músico (época decareana). En principio, porque no pueden negarse los antecedentes de tiempos pretéritos desde Villoldo hasta llegar a los años veinte y segundo, porque el tango como fenómeno musical es un ente de creación colectiva. Los tangos, peculiarmente, son obras individuales en un contexto general. Pero el tango, como símbolo musical de la vieja Buenos Aires, es la suma de todos esos trabajos parciales. Por otra parte, la simbología de la época en lo que a figuras se refiere puede también apelar a Canaro o hasta Gardel, para explicar sociológicamente, lo que otros han reducido a una fuente musicológica exclusiva. Nadie niega el genio de los De Caro, del cual soy uno de los más entusiastas seguidores, pero me parece inmerecido, no entender el esfuerzo conjunto de todo una generación de músicos, entre los cuales el nombre de Fresedo aportó mucho más, de lo que los antiguos investigadores siempre han creído artificiosamente.
Fresedo mantuvo a lo largo de su vida artística un estilo especialísimo. Su personalidad musical fue siempre paralela a su cosmovisión tanguera. Jamás se desvió de sus objetivos estéticos. Nunca tuvo etapas confusas[1] y si bien aprovechó al máximo el éxito comercial de sus tangos, jamás operó el factor comercial como antesala de su valor musical. Fresedo no sacrificó su axiología tanguera y si bien, el sonido de su orquesta pasó por varios estadios, nunca se apartó del camimo del tango tradicional y nunca pretendió erigirse en vanguardia iluminada. Fresedo fue culturalmente producto de una época irrepetible. Sus convicciones en el medio han sido ejemplos de constancias no perecederas. Su fama deambulante y peregrina, llevó al tango demasiado lejos en tren de fortunas y aspiraciones concretas. El tango le debe mucho a Fresedo como Fresedo le debe mucho al tango. Entre el autor, su obra y el género, hay coherencia.
En definitiva, la estrella de Osvaldo Fresedo es otra de las tantas constelaciones que rutilan en la historia del tango, donde dada su labor, se lo ha recompensado con un preferente lugar en el podio del firmamento, olimpo musical de Buenos Aires. Fresedo, al igual que el tango, es lo que ha sido. Simplemente eso. Y por lo tanto, nada mejor que recordar su trayectoria para reafirmar una vez más, la admiración y el respeto, que bien ganado se merece, un porteño de musas irreprochables.
2. LA FAMILIA FRESEDO
Como gran parte de los apellidos florecidos en el tango, Fresedo mienta el nombre de una familia inmigrante de cierta ascendencia social, de orígen y procedencia itálica, aunque la madre de nuestro biografiado, sea el ibérico de Clotilde García. Su marido, Nicolás Fresedo, era socio del bazar Buzzetti, Azza y Cia, sito en la vieja calle Cuyo (hoy Sarmiento). Cuatro hermanas y cuatro hermanos, sumaban ocho hijos para el matrimonio itálo-ibérico.
Osvaldo Nicolás, nació el 5 de mayo de 1897 en Lavalle 1606 (esquina Rodríguez Peña). Del corazón de Buenos Aires, se trasladaron los Fresedo un tiempo hasta la barriada de Ramos Mejía, en la Provincia de Buenos Aires, pero al tiempo volvieron a la capital, para vivir en la calle Billinghurst 434. Las mudanzas de los años, los llevaron al barrio de Floresta en Gualeguaychú y Segurola. Finalmente se establecieron en el barrio de la Paternal, en Del Campo y El Cano. Cursaba Osvaldo sus estudios primarios (a los diez años) en una escuela de la calle Yerbal[2].
Su madre, Clotilde García, era profesora de música. Había un piano en la casa de los Fresedo y todos los hijos recibieron elementos rudimentarios en el teclado. Aunque fueron Osvaldo y Emilio, quienes despertaron mayor interés por las notas musicales. Osvaldo tocaba de niño, una concertina que tenía su papá y desde 1910 en adelante, solían escucharse por los cafés del barrio, los tangos que poco a poco, lo fueron atrapando.
Una noche (cerca de 1912), escuchó un trio con Berto al bandoneón, Canaro en violín y Domingo Salerno en guitarra. Al quedar impactado con el tango, dejó el segundo año de la escuela comercial, para estudiar bandoneón con un músico callejero llamado Carlos Besio o Veccio, quien tocaba de oído. Luego, tomó clases de teoría con un destacado músico de conservatorio, el violinista Pedro Desrets. Pero fue el bandoneonista Manuel Firpo (integrante de un famoso cuareteto que grababa discos Sonora y Tocasolo de la casa Tagini, en 1912/14), quien lo guió en el mundo del bandoneón.
Su padre, enterado de su abandono escolar, lo expulsó –circunstancialmente- de la casa de la Paternal y fue entonces que Osvaldo Nicolás se fue a la vecina barriada de Villa Ortúzar, con su amigo Nelo Cosimi (futuro gran actor del cine mudo argentino), con quien convivió un tiempo y trabajó como pintor de brocha gorda. Con el dinero juntado por su trabajo de pintor, se compró un primer bandoneón de 50 voces. Luego, su progenitor lo perdonó y le regaló un fueye de 71 voces, con el cual, Osvaldo empezó a ejercitar en el almacén que su papá, habia inaugurado en el barrio de Flores.
3. PRIMEROS PASOS COMO AFICIONADO. INMEDIATA PROFESIONALIZACIÓN.
Además de tocar en el almacén del padre (Maffia haría algo parecido en el boliche que tenía su papá), Fresedo en el bandoneón, su hermano Emilio en violín y Martín Barreto en guitarra, formaron un trio callejero, que deambulara por Paternal, Villa Ortúzar, Chacarita, Floresta y otros barrios, actuando en serentas y casamientos. Cerca de 1914, el trio callejero logró llegar a una meta importante al debutar en el Café “Paulín” de Avenida San Martín entre Donato Alvarez y San Blas. Actuaban viernes, sábados y domingos por dos pesos por noche cada músico, lo que le granjeaba, una paga de seis pesos semanales.
Pero su fama de buen bandoneonista, fue corriendo rápidamente por los palcos de los cafetines del tango. Un pianista del Café “Maldonado”, Antonio Basso, lo convocó para formar trio junto a él y el violinista Enrique Modesto, en el legendario bar de la calle Santa Fe. Estuvieron un mes allí. Con estos realizó también su primera gira artística bajo modalidad profesional, al ser contratados por el Teatro Municipal de la ciudad de Pergamino, en el Norte de la Provincia de Buenos Aires. Allí, animaron los bailes de carnaval.
De regreso a Buenos Aires, fue llamado para actuar en el famoso Café “Tontolín”, formando trio con José Sassone al piano (compositor conocido en los años veinte y colaborador de Magaldi) y Emiliano Costa al violín. Por intermedio de su maestro en el fueye, Manuel Firpo (que había tocado con Aróstegui), Fresedo pasó a trabajar como bandoneonista del conjunto de Manuel Aróstegui, primero en un café de Rivera y Canning y luego, en el café “Venturita” de Corrientes y Serrano, donde poco antes actuaban Berto con Canaro y Salerno.
De esta manera, Fresedo se hizo un nombre en el tango y empezó a ser reconocido por sus pares en el ambiente, con el mote de “El Pibe de la Paternal”, aunque los éxitos masivos, todavía no habían asomado.
En 1915, actuó como bandoneonista en una academia de baile de la calle Thames, haciendo dúo con la guitarra de Jose Ricardo, quien poco después, ingresó al conjunto de Gardel-Razzano. Para 1916, el ya consagrado bandoneonista Vicente Loduca, lo convocó para trabajar en su orquesta y llegaron al escenario del cabaret “Royal Pigall”. Le pagaban a Fresedo cinco pesos por noche y podía percibir propinas de los clientes. También Arolas, le pidió que lo reemplazara en el cabaret “Montmartre” de Corrientes entre Uruguay y Talcahuano, donde Fresedo se puso bajo las ordenes de José Martinez en piano y dirección, Francisco Canaro y Rafael Rinaldi (luego el francés Doutry) en violines y Leopoldo Thompson en contrabajo.
En 1917, integró la gran fusión de las orquestas de Canaro y Firpo, para hacer los seis bailes de carnaval en el Teatro Colón de Rosario. Integraban el plantel casi todos los mejores músicos del momento: Eduardo Arolas como primer bandoneón; le seguían Fresedo, Pedro Polito y Juan Deambroggio “Bachicha” en fueyes; José Martínez al piano (con Firpo a dúo), Ricardo Ruperto Thompson al contrabajo; Agesilao Ferrazzano, Julio Doutry y Tito Roccatagliata en violines; Michetti y Juan Carlos Bazán en vientos.
Retomó su tarea con Loduca y en 1918, grabó con ese conjunto en dupla bandoneonística con su amigo y director. Llegaron así al disco Victor: “La revoltosa” de Lomuto, “El consultorio” de Thompson, “La gallinita” de Loduca y entre otros más, tres de sus tangos: “Amoníaco”, “Menenguina” y “El comisionado”. Berto ya le había registrado por esos días, “El Espiante”, su primer tango, bautizado originalmente “La Ronda”. A partir de entonces, Fresedo se convirtió no solo en un respetado músico del ambiente, sino en un popular compositor de tangos.
Como colofón a esta primera etapa de su carrera, agregaré que para regocijo de los coleccionistas, Osvaldo Fresedo en bandoneón, Tito Roccatagliata en violín y Juan Carlos Cobián, en guitarras, grabaron en 1918, algunos temas como trío típico en el sello “Telephone”. Uno de esos tangos era “Buenos Aires tenebroso” de Tito y el otro, “Amoníaco” de Fresedo, que ya se popularizaba entre el público porteño.
Fue entonces, que decidió armar su primera agrupación bajo su batuta. Estamos recién en 1918.